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Caras y lugares

La lección de Agnès Varda ante el tedio de un trol llamado Jean-Luc Godard

La única directora de la nouvelle vague sigue plena de vitalidad a sus 89 años y estrena este fin de semana «Caras y lugares», su último trabajo

Escena de Caras y lugares
Fernando Muñoz

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En las manos de Agnès Varda está todo el cine. Con ellas cogió la cámara para subirse a la ola de la nouvelle vague, la única directora en hacerlo, y con ellas recogió el pasado marzo el Oscar de honor . Y a sus manos mira cuando reflexiona sobre su edad, 89 años, y sobre el proceso de hacerse mayor: «Les digo a mis nietos que vengan a verlas, que tienen ríos y manchas, y les hago descubrir en ellas un paisaje», explica mientras masculla las palabras.

Pero Agnès Varda no piensa en la retirada. La semana pasada estuvo en Cannes presentando este « Caras y lugares » que hoy estrena. Un documental que rodó durante dos años -solo filmaba una semana al mes- con el artista JR y en el que recorrieron Francia para poner rostro a los lugareños más pintorescos. Una cinta tan colorida como su pelo, siempre a juego con su ropa, y tan fácil de disfrutar como de aplaudir su vitalidad. «Tengo muchas razones para vivir. Mi cuerpo se estropea, pero trabajo con mucho gusto», asegura. Una frase que contradice uno de los pensamientos que desliza en el filme –« Tengo ganas de que llegue la muerte, porque todo habrá acabado »– y que demuestra que sigue en activo: «Esa frase no es una llamada a la muerte, es la idea de que estoy de acuerdo en que tiene que venir si no me hace sufrir. En eso sí pongo mis condiciones. Pero pienso que si me duermo esta noche en mi cama, pues muy bien», contaba a ABC en el pasado Festival de San Sebastián.

El dinero y el arte

En esa contradicción, la de vivir a la espera del final y disfrutar cada momento del presente, vive Agnès Varda como su cine vive en la contradicción de ser visto por una minoría y reconocido por casi todos. Y en ese sueño ha recorrido Francia de la mano de JR, al que triplica en edad pero con el que comparte valentía: «Me puse dificultades, el objetivo de buscar otras estructuras de cine. He hecho muchos documentales porque son la escuela de la modestia , porque estás al servicio de los sujetos que filmas», desgrana.

Esa humildad es la que le ha permitido trabajar toda su vida en libertad, como una proletaria del cine que no ha buscado atajos ni riqueza. «Yo podría ganar más dinero porque el cine se paga caro, pero no quiero vender productos. Por eso tampoco hago películas publicitarias... pero hago un cine que es libre. El cine tiene que tener sentido y no simplemente dinero», cuenta una mujer que una vez, hace ya años, pidió en un photocall que quitaran la publicidad del fondo si querían que posara. « N o quiero vender cosméticos, productos, ni jamón . Por eso no gané mucho dinero», presumía.

En ese compendio de caras que persigue en su documental, solo hay una que genera una mueca, la de Godard -« Jean-Luc y yo somos dos restos, los dos dinosaurios que quedan de la nouvelle vague. Eso sí, muy distintos de carácter ». En una de las escenas finales, y no es un spoiler, Godard decide abandonar a la que fuera su vieja amiga. Y ese es el retrato final que deja «Caras y lugares»: la alegría de la vitalidad frente a la amargura y el tedio del trol que pontifica en su cueva.

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