«Cuando entro en crisis sentimental llamo a Obama»
Julia Roberts alardeó de seguir siendo la «novia de América» al hablar de su relación con el presidente
Apareció la «novia de América» con tres hijos, dos «nannys», un marido y una nube de fótografos, tiró de sonrisa «made in» Julia y San Sebastián entró en una especie de parada cardio-respiratoria no apta para festivaleros primerizos. El Día Grande del certamen estaba ... reservado para la «woman» más «pretty» de Hollywood, la única cuarentona del siglo XXI capaz de plantar a Richard Gere en el altar y huir a caballo, que llegó al Kursaal (en furgón blindado) vistiendo minifalda, tacones lejanos y un elegante recogido. La esperadísima rueda de prensa empezó tarde —exigencias del guión, asumían los veteranos— y un tanto brusca por la petición de desalojo de los fotógrafos y el clásico «no-se-admiten-preguntas-personales».
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Junto a la Roberts figuró su anfitrión en España y compañero de reparto en su última película, Javier Bardem, que llegó compuesto y, para desilusión generalizada, sin su embarazadísima Pe (pero con su madre). Así que la atención se centró en la sonrisa de Julia, que por la noche recibió el Premio Donostia por su exitosa trayectoria profesional, con más de una treintena de películas rodadas y casi otros tantos taquillazos. «Es un honor y un privilegio. Me siento emocionada y nerviosa. Siento una gratitud total», reconoció ella, encantada del revuelo montado y consciente de su buena estrella. «Creo que me ha ido bien. He logrado hacer lo que me apetece», resumió la actriz, que embarcó a su familia en la exigente gira promocional de «Come, reza, ama», adaptación del best seller de Elizabeth Gilbert. Lo último en introspección femenina auto-reafirmante.
Los piropos de Bardem
Una cinta sin comas, ajustada a la medida de la «enigmática» Julia, según definición «bardemiana». «Es una profesional como la copa de un pino», dijo Bardem, quien se deshizo en piropos y complicidades hacia su compañera de reparto, pero que no concedió entrevistas a la prensa, no fueran a agriarle la fiesta con sus impertinencias. «Cuidaaadooo…», alertó una cantarina Roberts, que se ganó al auditorio a la primera cuando este trataba de regatear la censura. «¡Hay que apagar los teléfonos!», exhortaba al aire cada vez que un teléfono interrumpía su show.
Y mientras el director de la película, Ryan Murphy, añadía lo evidente —«Todo el mundo está enamorado de ella»—, el excelente Richard Jenkins («The Visitor») figuraba en un plano segundón en el montaje donostiarra, que solo tuvo ojos para JR. «En cada contrato que firmo los hombres son mis satélites, tienen que obedecerme, seguirme. Y me funciona», ironizó el imán Roberts, que no abandonó el hotel en toda la mañana, pese a la insistente espera de sus fans ibéricos.
A sus cuarenta y tres, la Roberts incluso se permitió fardar de seguir siendo «la novia de América». «Sí, lo soy. Cuando entro en crisis sentimental llamo a Obama, y si no está, lo coge su mujer. Ellos solucionan todos mis problemas», bromeó. Pura cuestión de Estado. Paradojas del festival, el respetable la vió balbucear (y hasta mordisquearse las uñas) cuando su icónica sonrisa dentada fue elevada a la categoría de la mirada azul de Paul Newman. «Es curioso que a una le aprecien por algo sobre lo que no tienes un control. Es una manera graciosa de desglosarme en piezas», sonrió de nuevo como sólo ella sabe, antes de ser coronada —«txapela» incluida— como nueva musa donostiarra. Por aclamación popular.
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