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ABC Cultural

La zona de interés (***): Estampas familiares junto a la tapia del crematorio

La cámara de Glazer nunca salta la tapia hacia el campo de exterminio, de donde llegan sonidos, gritos, disparos..., pero es solo un fondo ambiental del día a día familiar

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Fotograma de 'La zona de interés'
Oti Rodríguez Marchante

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Una muy compleja y sugerente obra del británico Jonathan Glazer, uno de esos directores con cuentagotas y que le ha aplicado a la novela de Martin Amis una ración de su propio título, desplazando lo que podría considerarse la zona de interés y enfocándola en otro punto. Mismo lugar y situación, nazismo y campo de exterminio, pero otro ángulo, desaparece la historia de amor y celos y se centra en lo verdaderamente asombroso: las estampas familiares de un comandante nazi junto a la tapia del crematorio.

Sabemos que se está ante una película 'impertinente', en el sentido de atrevida, insolente, desde que abre su telón, con un largo plano de pantalla en negro acompañado con flecos musicales irreconocibles, aterradores (el trabajo de Mica Levi es de gran importancia en el golpe de la película), y pasa a una escena hermosa y familiar en un río. El foco es una casa, realmente un hogar, con jardín y plantas, con el servicio hacendoso, los niños correteando, la esposa en sus labores y el comandante a los dos lados de la tapia: el hogar está pared con pared con el campo de exterminio. La cámara de Glazer nunca salta la tapia, llegan sonidos, gritos, disparos, se ven columnas de humo, pero es solo un fondo ambiental del día a día familiar; incluso un jardinero abona los parterres con sacos de ceniza.

Es obvio, pues se ven al tiempo (el hogar y la tapia), lo cerca que está aquí el Mal de la palabra banalidad, y no es tan obvio cuál es el sentido último con el que quiere impregnar Jonathan Glazer su película, pues transmite incomodidad, sí, perplejidad, un cierto cinismo descriptivo, pero no parece buscar (casi) en ningún momento tensión o angustia, y desde luego, huye de eso que es tan valorado de la progresión dramática. Provoca sentimientos desagradables con escenas agradables; hay, como si dijéramos, una armonía visual, una elegancia ambiental, unos diálogos tan 'impertinentes' (aquí sí, en el sentido de inapropiados) que lo sitúan a uno más cerca del humor sin gracia que del sentimiento angustioso.

Es curioso que el componente de caricatura encuentre su zona de interés en los protagonistas, ese comandante nazi que interpreta Christian Friedel, un buen marido y buen padre que lee cuentos a sus hijos, y ella, una señora orgullosa de su casa y sus tareas que interpreta Sandra Hüller, magnífica actriz en 'Toni Erdmann' o en 'Anatomía de una caída' y que aquí está genial, pues queda atrapada en la melaza de su banalidad. El desenlace, también impertinente y con la música de Mica Levi, te zarandea para que salgas de la zona de confort y mires de frente lo que has visto.

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Sobre el autor Oti Rodríguez Marchante

Crítico de cine en ABC

Oti Rodríguez Marchante

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