Crítica de series
'Érase una vez el Oeste': Netflix se sube a la moda del wéstern con una estampida de clichés
La trama gira en torno a un grupo de personajes que parecen haber salido de un manual titulado «Cómo escribir un western en diez pasos»
Érase una (y otra) vez John Ford
'Érase una vez el Oeste'
El western ha vuelto, o al menos eso nos quieren hacer creer los productores de 'Érase una vez el Oeste'. Esta nueva serie de Netflix nos invita a un paseo a caballo por el salvaje Oeste -el Territorio de Utah en concreto- con ... todo lo que uno espera: paisajes agrestes y desérticos, miradas que matan y la ley del más rápido en desenfundar. Pero no nos equivoquemos, lo que nos proponen como un descarnado giro a la crudeza es, en realidad, una estampida de clichés galopando sin control por la pradera.
La trama gira en torno a un grupo de personajes que parecen haber salido de un manual titulado «Cómo escribir un western en diez pasos» en su intento de sobrevivir en el salvaje conflicto a tres bandas entre Estados Unidos, nativos americanos y milicias mormonas. Está el antihéroe torturado por un pasado oscuro (Taylor Kitsch), los nativos americanos sabios pero beligerantes, el villano codicioso que mata por placer (Kim Coates), y no una sino dos mujeres fuertes que desafían las normas sociales mientras se mantienen inexplicablemente bien peinadas e inmunes a los peligros de la trama. Ni siquiera mi admiración por Betty Gilpin -brillante en 'Glow' o 'Mrs. Davis'- hace que su personaje sea menos irritante, inepto y negligente.
El protagonista va por la vida con la mirada perdida y la mandíbula apretada mientras guía a una damisela cuyos apuros son totalmente auto provocados. Las motivaciones de ambos son tan simples como predecibles: venganza, redención o una combinación de ambas. No importa mucho, porque lo que realmente sobresale en 'Érase una vez el Oeste' no es la historia, sino una estética y un tono tremendamente trabajados: atardeceres de postal, disparos a quemarropa, mucha sangre y una paleta de colores que parece sacada de una lata de tabaco de mascar.
Los diálogos son caso aparte. Hay algo casi poético en su falta de originalidad. Frases como «este pueblo no es lo suficientemente grande para los dos» o «el Oeste no perdona a nadie» se disparan con más frecuencia que las balas. Incluso en los momentos más tensos, es difícil no anticipar lo que cada personaje va a decir. Es como si los guionistas hubieran decidido apostar todo a la nostalgia, confiando en que el público aceptará cualquier diálogo por estereotípico que sea mientras sea pronunciado entre dientes y con acento del «nuevo mundo».
La serie intenta desesperadamente modernizarse, introduciendo subtramas que abordan temas como el racismo, la lucha de clases, el conflicto religioso entre mormones y gobierno de Estados Unidos y el feminismo. Y aunque estos elementos son bienvenidos en teoría, en la práctica están forzados, como si alguien hubiera dicho: «mete un discurso de fondo sobre justicia social actual, que es lo que toca». Es un intento barato y anacrónico de profundidad que hace que el año 1857 se parezca más al 2000 en términos de dinámicas sociales.
En cuanto a la acción, no hay mucho que criticar. Las escenas de tiroteos están bien coreografiadas, las peleas cuerpo a cuerpo son brutales y hay sangre y vísceras por doquier. Pero incluso aquí hay un problema: todo resulta demasiado limpio, demasiado pulido.
El ejemplo de 'Yellowstone'
El mayor problema de 'Érase una vez el Oeste' es fracasar donde, por poner un ejemplo actual, 'Yellowstone' triunfa: la profundidad de unos personajes vivos, las complejidades del poder, la lealtad y la familia. Como si 'Érase una vez el Oeste' fuera un primer boceto en dos dimensiones de algo que podría haber sido grande si tan sólo se le hubiera añadido esa tercera dimensión que hace que un estereotipo se convierta en un arquetipo. El estereotipo es plano, estático, es decir 'Érase una vez el Oeste'. El arquetipo vive, respira, sangra, conecta con nosotros como lo hace 'Yellowstone' o la gran olvidada del género en Netflix: 'Godless'. Sutil pero esencial diferencia.
'Érase una vez el Oeste' no es un desastre, pero tampoco es la revolución que esperábamos. Es un western que mira al pasado, repite fórmulas y se conforma con jugar sobre seguro. Si buscas algo nuevo, este no es tu viaje. Pero si te conformas con otro western sencillo, sube a la diligencia y disfruta de una buena taza de 'más de lo mismo'.