'El durmiente. El Caravaggio perdido' (***): Pinceladas y brochazos tras una obra maestra despistada

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Oti Rodríguez Marchante

Como cine de acción, inverosímil y desorbitado, es de lo mejor; una película que no se arruga ante las vueltas de su trama ni ante el paquete de violencia que envía, muy, digamos, desgarradora.

El documental lo ha dirigido Álvaro Longoria con una narrativa necesaria para explicar y con una cadencia y una intriga poderosas para entretener. El paso a paso para contar la historia y sus circunstancias, la estructura y el montaje para darle la trascendencia adecuada a los hechos y la palabra a los 'protagonistas' del descubrimiento y reconocimiento de esta enigmática obra, convierte la película en una pieza de suspense, de acción, de viajes, de pinceladas y brochazos…, y en un modélico claroscuro tal y como corresponde a este maestro de la pintura del Barroco.

El interés es múltiple y variado, pues, además de arrojar luz sobre una de las figuras más polémicas y sombrías de la historia del arte y sobre una de sus pinturas perdidas, ilumina también al espectador sobre ese 'barroco' mundo del mercado, del valor y precio de la obra pictórica, de los cálculos, movimientos, regates y remates con los que funcionan los que mueven ese negocio del zoco artístico. Y es fascinante el modo en que se sigue el proceso notarial y de autentificación de la obra, algo tan importante para la humanidad como si se trata de un descubrimiento científico, un Caravaggio 'nuevo', la penicilina... Y resulta todo tan atractivo y sugerente que le dan a uno ganas de irse a peinar los mercadillos, anticuarios y brocantes a la caza de su 'sleeper'.