Crítica de 'Samsara': Morir tibetano, nacer tanzano
«Como película excepcional y con un punto Apitchapong Weerasethakul, está a la altura»
Todas las críticas de Oti R. Marchante

Singular ejercicio cinematográfico de Lois Patiño al que nadie debería buscarle ni una sola atadura con lo usual, ni en lo narrativo, ni en su planteamiento, ni en su exposición. Cuenta una historia (o dos, si uno no es de creer en los tránsitos) que empieza en los templos budistas de Luang Prabang y entre unos cuantos jóvenes novicios y termina en un pueblo costero de Tanzania con una niña y un cabrito recién nacido. Son dos relatos separados por la lógica pero unidos por la idea de muerte y rencarnación, y por un tramo (hacia la mitad del metraje) de quince largos minutos de oscuridad, luces, colores y psicodelias que quizá tengan su sentido fílmico pero también un efecto de incomodidad, letargo y molestia visual.
Son maravillosas las imágenes y los lugares a la luz del budismo, con esos contrastes de agua y los hábitos naranjas; también lo es la idea trascendental del tránsito a la muerte, con la lectura de pasajes del Bardo Thodol, el libro tibetano que tiene que ser escuchado (alguien ha de leértelo) durante el estado intermedio hacia la muerte. Y son igualmente fascinantes las imágenes y lugares a la luz del Islam, las recogedoras de algas en la orilla de Tanzania o la suave relación del cabrito, la niña y la cultura de su pueblo.
Como es natural, 'Samsara' le pide cosas a su público que no todos estarán dispuestos a dar; también le ofrece un mensaje sencillo, espiritual y muy bien envuelto visualmente (con la salvedad del excesivo tramo intermedio, que tal vez solo sirva de osadía o de salida al cuarto de baño, pero es su elección). Ahora, como película excepcional y con un punto Apitchapong Weerasethakul, está a la altura.
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