Crítica de 'Los pequeños amores' (***): Dos actrices convierten lo ordinario en extraordinario
Siempre le da algo especial a la pantalla Adriana Ozores, una actriz que negocia con la naturalidad cualquier personaje
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Iniciar sesiónSegunda película de Celia Rico, que ya obtuvo gran reconocimiento con la primera, 'Viaje al cuarto de una madre', y en la que, en cierto modo, continúa ese 'viaje' de interiores y de movilidad reducida de una mujer joven hacia su madre, o viceversa. De ... nuevo dos actrices entregadas al trabajo de que sus personajes abran sus poros emocionales y les permitan a sus sentimientos encontrar esos caminos de salida y entrada. De nuevo una casa y una madre sola, y varios combates contra la soledad, la necesidad de ayuda, los deseos de irse y quedarse, de protección y de protegerse. Una película que apenas asoma los ojos algo más allá de lo íntimo.
En 'Los pequeños amores' es verano y la madre es resuelta, fuerte, aunque un pequeño accidente doméstico la deja imposibilitada y la hija acude a su llamada; interrumpe sus planes de viaje, de vida, de amor, y se resigna a la convivencia junto a su madre. Y la película entra en ese territorio que podría ser de Bergman, pero con aroma meridional, casi mediterráneo, luminoso y espacioso, vacacional y ocioso. Siempre le da algo especial a la pantalla Adriana Ozores, una actriz que negocia con la naturalidad cualquier personaje, en este caso el de una madre con carácter, con 'mundo' y con ideas que ya no negocia con nadie; y María Vázquez interpreta con permeabilidad a la hija, una mujer remachada de incertidumbres y en ese momento de su vida en el que se toman decisiones como si fueran medicamentos: el amor, la pareja, la familia, el trabajo…
La relación entre ellas, tan llena de conocimiento, de comprensión, de pequeñas batallas (o pequeños amores) es el flujo argumental que proporciona la película, con la habitual presencia de un joven pintor (Aimar Vega) que tonifica los músculos sentimentales de la convivencia entre ambas y que, en cierto modo, altera el pulso y el roce de esa relación. Es una película en la que todo es, en su pequeñez, redondo, un conflicto personal, familiar, habitual, una relación de madre e hija como millares, millones de ellas, pero que tiene la virtud de estar filmada con esa sensibilidad que enriquece lo corriente (lo de todos) con detalles de guion, de cámara, de interpretación que tienen su valor cinematográfico, su pequeña renta para el espectador que quiera sentirse sensible.
Es material de ficción muy valorado hoy, una historia íntima que puede ser la de cualquiera, que hurga en los sentimientos y las circunstancias de cualquiera, aquí madre e hija, o mujeres y soledades, y sin principio ni final, un corte transversal al tiempo de dos personajes y su relación. Hay reflexión, sí, e introspección, consideraciones sobre la vida y sus rutinas, pero nada realmente que uno no pueda descubrir mirando un rato a un espejo. Habrá quien piense que la vida es eso y que el cine, a 'eso', debe aliñarlo con otras especias, algo que rompa, anime, tergiverse o sublime ese espejo. Aquí no lo hay, pero la precisión y la emotividad de sus dos actrices elevan lo frecuente (ordinario, visto) de la historia de sus personajes a un nivel admirable.
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