Crítica de 'La leyenda del Escanyapobres' (**): Carne de wéstern sin esqueleto
Es más bien un drama social en un entorno agreste y aldeano en el que unos cuantos personajes se debaten entre la codicia, la mezquindad y la vida miserable
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Iniciar sesiónHay unas cuantas circunstancias que pueden estimular la idea de que se trata de un wéstern, como la llegada del tren a un pueblo minero o el carácter tosco de sus habitantes, que se reúnen en el bar ('saloon') a pasar el tiempo, jugar ... a las cartas o armar alguna trifulca. Pero es más bien un drama social en un entorno agreste y aldeano en el que unos cuantos personajes se debaten entre la codicia, la mezquindad y la vida miserable. Los protagonistas son una joven campesina y un prestamista que tiene cogidos y atemorizados a los aldeanos; no parece haber leyes claras ni nadie que las defienda, y no se entienden bien los motivos por los que la gente acepta esos abusos e imposiciones del llamado Escanyapobres (estrangulapobres), al que no se le subraya poder alguno, ni de la fuerza ni de la ley.
La película la dirige Ibai Abad y se sitúa a finales del XIX en una localidad cercana a Barcelona y la trama consiste en que ese personaje usurero se queda con la pequeña hacienda de la joven Cileta y de su anciano padre, y se apuntan varios hilos oscuros de la trama en la relación entre ellos. Sin mayor tensión ni excesiva implicación emocional a este lado de la pantalla. Álex Brendemühl interpreta con arrogancia al prestamista Oleguer, que a su vez tiene sus acuerdos turbios con 'la doña' del pueblo, un ser dañino y avaricioso que encarna Laura Conejero. A la joven Cileta, de moral cambiante y nunca claramente hacia dónde, le da vida Mireia Vilapuig.
No hay claridad en el perfil de los personajes, salvo que están movidos por la avaricia y la aceptación algo estúpida de su destino (el tren que parte a Barcelona como única puerta al futuro) y la lógica de sus actos es, quizá, la mayor intriga de la historia.
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