Crítica de 'La ley de Jenny Pen' (**): El viejo y el mal
La salvan los dos enormes actores porque los guionistas llenan la historia de agujeritos que van creciendo
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John Lithgow y Geoffrey Rush
Dos actores enormes, como John Lithgow y Geoffrey Rush (que aquí son también productores), salvan esta función que se desarrolla casi por completo en una residencia de ancianos. La idea de partida es prometedora: un juez que ha sufrido un derrame cerebral (Rush) es ... internado allí, un lugar apacible pero en el que hay un sujeto, un anciano listo y cruel que se dedica a martirizar a los otros residentes, papel que interpreta Lithgow con enorme control de su cara de buena persona y su terrible cara oculta.
Y la salvan los actores porque los guionistas llenan la historia de agujeritos que van creciendo, cosas nimias, como la deficiente seguridad en una residencia que parece magnífica, o la improbable facilidad para enturbiar impunemente, sin quejas ni sospechas, la paz nocturna (y diurna) de los ancianos. Hay intriga, naturalmente, y alguna incursión en el terror suave, y todo ello contribuye al interés de la película, aunque no tanto como la excelente interpretación de los dos protagonistas, muy preparados ambos para haberle puesto más metralla a la locura del sádico y a la inteligencia del juez que se enfrenta a él.
El director, James Ashcroft, mantiene la tensión en esta historia que, mejor trabajada en el guion, el espectador no tendría la impresión de que se arregla con un buen puntapié o con la astucia del juez. Pero no, la intriga se dirige hacia un desenlace rápido y con poco encanto.