Crítica de 'Jurado nº2' (****): Un gran Clint Eastwood: sereno, férreo y sin perdón

Camino de los noventa y cinco, deja en la pantalla su mejor película desde 'Gran Torino', que hizo con ochenta y que parecía una rúbrica de su testamento

Nicholas Hoult

Hace ya muchos años que Clint Eastwood agotó los calificativos para él y su obra, pero ahora, camino de los noventa y cinco, deja en la pantalla su mejor película desde 'Gran Torino', que hizo con ochenta y que parecía una rúbrica de su testamento. ... Y no es fácil, pero habría que inventarle algún nuevo calificativo para honrar esta magistral y lúcida segunda enmienda a su voluntad testamentaria. No cambia el testamento: lo subraya. Una película que lo ofrece todo sobre los conceptos en los que ha fundamentado su cine: la Ley, la Justicia, la Integridad, la Conciencia, el Derecho a…, y otras mayúsculas que se suelen escribir con minúscula.

Con una prodigiosa (y ya en desuso) escritura cinematográfica, Eastwood relata una muy compleja historia de interiores sobre todos esos conceptos que luchan, allí al fondo, mientras vemos una clara y emocionante crónica de intriga judicial, de homicidio y de quiebra personal y familiar. La película se desarrolla, en esencia, en una sala de juicios y con la vista puesta en el jurado: un hombre es acusado de asesinar a su novia, y las pruebas lo señalan directamente, y el jurado debe dictaminar un veredicto que parece claro y rápido. Aquí, su guionista, Jonathan Abrams, y Eastwood retoman sin sutilezas parte del hilo de la pieza teatral de Reginald Rose y la película de Sidney Lumet 'Doce hombres sin piedad': un miembro del jurado, el número 2, decide que no aceptará tan rápido la culpabilidad del acusado, y quiere (necesita, porque sabe algo) que se delibere sin prisas sobre ello.

El magistral uso del 'flashback', tan contenido, tan sugerente, tan preciso en su peso en el presente, la solidez del punto de vista (que apenas sale de la intimidad del jurado número 2), el modo en que teje la intriga con las dudas, las intenciones, la conveniencia y la conciencia, la sabia intención de la cámara en su captura de pensamientos y propósitos convierten el argumento en un continuo interrogante, y no ya sólo para los personajes, sino también para el espectador, que vive la película en una constante interpelación, moral, social, íntima y vital. ¿En qué lugar me coloco ante estos dilemas?

Cada personaje aporta exactamente lo justo a la intriga y a la carga moral de la historia, la fiscal interpretada con gran equilibrio por Toni Collette, el abogado que encarna Chris Messina, el jurado inquieto (J.K. Simmons), la propia esposa embarazada (Zoe Deutch), que influye en aspectos que se escapan de lo meramente ético, o el propio jurado número 2, que interpreta magníficamente Nicholas Hoult y que abre tonalidades de todo tipo a su inquietante y difícil conflicto interno.

Y realmente Eastwood explica, le da sentido, al completo de su filmografía, a muchos de los caminos y las decisiones tomadas, en un final a puño cerrado, a puerta abierta, a última mirada.

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Sobre el autor Oti Rodríguez Marchante

Crítico de cine en ABC

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