Crítica de 'Las delicias del jardín' (****): Un Colomo lúcido, ácido, íntimo y muy divertido
El director le da una vuelta al cuadro para hablar de sí mismo (de lo cercano a él), del mundo que nos rodea y de las tres o cuatro pasiones que lo mueven
Revolución en Eurovisión: España cumple su amenaza y no irá al festival por la presencia de Israel
Cualquiera que haya tenido ocasión de pararse un rato largo delante de 'El jardín de las delicias', el tríptico de El Bosco, se habrá dado cuenta, si no de otras cosas, sí al menos de su enorme complejidad, su fantástica inventiva visual, su ambición descriptiva ... y su poder de sugerencia y simbolismo, su parte de paraíso, de placeres terrenales y de infierno, su narrativa de mundos, demonios y carnes… Fernando Colomo, que no es El Bosco pero tiene una gran lucidez de trazo y un sentido del humor y de la ironía que lo han convertido en el inventor y explorador de un tipo de comedia cinematográfica, le da una vuelta al cuadro para hablar de sí mismo (de lo cercano a él), del mundo que nos rodea y de las tres o cuatro pasiones que lo mueven, con una enorme gracia, casi de Rubens, y con una sencillez que envuelve complejidad, intimidad abierta en tríptico (el arte, el amor, el dinero) y ese licor narrativo tan agradable, agridulce e inteligente que recuerda al mejor Woody Allen, o sea, a cualquier Woody Allen.
El guion lo ha escrito Fernando Colomo junto a su hijo, Pablo Colomo, y ambos son también los protagonistas de esta historia de pintura y chapa de la buena sobre un tipo, Fermín (él), que ha perdido el edén y vive su pequeño infierno: de hombre casado, a separado y solo; de pintor puro, a 'evolucionar' hacia lo abstracto; de una mano segura, a una mano temblorosa; del reconocimiento social, a la vida en un garaje que también es su estudio de pintura… Un mal superviviente, con la seriedad de Keaton y el aire desangelado del teléfono fijo de casa, y que necesita a regañadientes la atención y ayuda de su ex mujer y galerista (Carmen Machi) y de su hijo, también pintor, también desastre, recién llegado de la India (Pablo Colomo).
Las líneas argumentales están perfectamente trazadas y los personajes llevan un superávit de actualidad, la hora del día, en su aspecto, pensamiento y maneras; ellos tres y también sus alrededores: el amigo ininteligible y cómico que hace Resines, las apariciones esporádicas y excelentes de Javier de Juan o Antonio López, la avispada Andy Povega, la cauta María Hervás, Luis Bermejo, Brays Efe… , pedazos vivos del Madrid matinal, del Madrid de tarde, del nocturno, de la fiesta y del que vende a los chinos.
Fernando Colomo ya había entregado a la pantalla muchas cosas de sí mismo, aunque, quizá, sea en 'Isla bonita' donde se había abierto más de par en par; aquí, se supera como narrador de sí mismo y del jardín que pisoteamos, y lo quiere la cámara (en este caso, la maravillosa cámara de José Luis Alcaine) como le querrá a George Clooney cuando ya no anuncie café. Y, por cierto, a Pablo Colomo, novísimo en esta plaza, también.
Como es una película aparentemente sencilla, cercana, habitable y con ventanas a la calle, Colomo nos deja ver desde ella algunos aspectos desagradables de la realidad, aunque disimulados detrás de toneladas de humor y agudezas que aplaudiría Woody Allen, asuntos como las diversas versiones del arte, las diversas modalidades del amor y los diversos medios de pagar las facturas. La puja por el canapé, la puja por el cuadro, la puja por una compañía cuando estás entre solo y solísimo. Hay mucha ironía en las delicias de nuestro jardín, y mucho sarcasmo, y muchísima verdad. Y solo se le puede agradecer a Fernando Colomo que nos acerque a su tríptico hiperrealista con tanto buen humor, simpatía y veracidad, aunque se puede notar, allá en el fondo, ese puntito de amargores que tanto ennoblecen una gran comedia.