Crítica de 'Chinas' (***): Pequeñas colisiones entre el burger y el chop suey
Maneja clichés raciales, generacionales y sociales, pero un cliché no es más que la reproducción de la realidad algo viciada por el exceso de copias
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Iniciar sesiónArantxa Echevarría ya nos contó desde muy cerca algo que nos pillaba lejos en 'Carmen y Lola', y tan bien narrado y expuesto que aún para la mayoría sigue siendo la única referencia al respecto (¿qué se yo del amor lésbico en el mundo ... de los gitanos?). Ahora aborda una historia lejanísima y al tiempo muy, muy cercana, pues cualquiera vive a miles de kilómetros de 'lo chino' pero convive vecinalmente con ello, en el bazar, en el café, la frutería, el restaurante, en el colegio de los chiquillos…, un mundo laborioso, silencioso, que se ha instalado en nuestro entorno y que se transparenta y envuelve como el papel film. La película de Arantxa Echevarría atraviesa el plástico, nos aloja allí y nos permite ver y entender todo eso que se cuece, además de los tallarines, entre esas personas de esa raza y cultura que han venido y han hecho pueblo junto a nosotros.
Lo fundamental de la historia que cuenta Echevarría es que baja la mirada y la coloca a la altura de la infancia, Lucía, ya segunda generación de inmigrantes y que vive la normalidad española en su colegio público y la normalidad china en su casa y junto a unos padres sin ningún interés por disolverse en nuestra cultura; y luego está Xiang, de su misma edad y colegio, adoptada por una pareja española e inadaptada a su ininteligible situación. A través de ellas y de la mirada del personaje que interpreta Carolina Yuste (que es la mirada perpleja, ávida de entender, de la propia directora), una vecina, cliente del bazar chino de los padres de Lucía y observadora de esas 'peculiaridades' en las relaciones de familiares y sociales de la familia china, se nos sitúa a los espectadores ante los diversos dilemas que plantea 'Chinas'.
Echevarría mira desde fuera (Carolina Yuste) y vive desde dentro (las niñas, sus padres) esa disputa, esa aleación entre dos modos de vida que, por condensarlo en una imagen, valdría la del Burger y el Chop suey. Y también observa y traduce otros dilemas no menores, como la adopción (Leonor Watling y Pablo Molinero, padres de Xiang), la aceptación de la diferencia, las cuestiones sociales en un barrio popular o las sexuales en esa edad embarullada de la adolescencia, y en este último punto la película, que maneja con sabiduría el sentido del humor, se torna triste y alarmante al mostrar los roles pavorosos que asumen chicos y chicas de colegio, de barrio, intramuros.
Las interpretaciones muestran también una difícil variedad tonal, desde las dramáticas de Leonor Watling o Xinyi Ye (hermana mayor de Lucía); la natural, cotidiana de Carolina Yuste, y las floridas, espontáneas y maravillosas de las niñas de la historia. Es cierto que maneja clichés raciales, generacionales y sociales, pero un cliché no es más que la reproducción de la realidad algo viciada por el exceso de copias.
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