Crítica de 'Anora' (***): Gran juerga de Cenicienta y los tres cerditos
La Palma de oro de Cannes se podría calificar como una 'screwball' del siglo XXI, un taponazo de champán antes de quedarse tibio
Crítica de 'Escape'
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El director, Sean Baker, ha rondado en varias ocasiones la gran película; en 'Red Rocket', en 'The Florida Project', en 'Tangerine', y aquí alarga el pie hacia ella, con una historia que comienza en un prostíbulo, que tiene como personaje central y mágico a una bailarina erótica y una trama enredada entre el interlineado de 'Cenicienta', o 'Pretty woman', pero atiborrada de sexo, dinero absurdo, infantilismo, mafias y un fondo semioculto de sentimientos y dignidad.
A ella, Anora (o Ani), la película la presenta en su salsa, en su trajín con la clientela del Club, y de ella se encapricha un joven ruso, el hijo bobo de un multimillonario con negocios que no se especifican, pero sin duda sucios. La película se organiza en una estructura en tres tramos perfectamente ensamblados: el primero es de ellos, la pareja se conoce, su chunda-chunda y su vivir alegre; y justo antes de ponerse pesado y trivial, el guion le proporciona a la historia un empujón hacia arriba, con un conflicto esperado y un trío de guardaespaldas, o matones, y el champán vuelve a ser frío y espumoso, y antes de que se vuelva a quedar tibio, entra en la recta del desenlace con otros dos personajes nuevos y de absoluta eficacia para que la comedia y el drama se fundan en un final maravilloso de realidad y sentimiento.
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Hay cantidad de escenas de sexo, rutinario y comercial, pero también entrañable, el vocabulario de los personajes es de retrete cuartelero, aunque tienen tanta gracia y encanto, especialmente ella, Mikey Madison, en una interpretación magistral, tan buena como la de aquella Julia Roberts, pero con un descaro e impudicia, con una ferocidad, con un hechizo que embiste por completo cualquier reticencia del espectador más mojigato. El trío de guardaespaldas, Karren Karagulian (habitual en el cine de Baker), Vache Tovmasyan y Yuriy Borisov (el otro gran personaje, e inesperado, de la historia), son como una cama elástica en la que salta y se divierte la película. Y finalmente, Darya Ekamasova, la matriarca rusa, que le aprieta los tornillos a la trama con su personaje de tanqueta; sólo ella tendría otra película que cualquiera querría ver.
Muy apresurada y rabiosa, muy graciosa y beligerante, muy conmovedora en sus tildes sentimentales y patéticas…, casi un cuento para niños con los ojos y los oídos tapados.
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