Televidente
Apagón en España: el día de los transistores
«Al poco de irse la luz se fue la línea del móvil, y entonces los chistes del kit de supervivencia con radio incluida tenían menos gracia»
Radiografía del caos por toda España
La Unión Europea descarta un ciberataque como origen del apagón masivo en España y Portugal
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Iniciar sesiónAl poco de irse la luz se fue la línea del móvil, y entonces los chistes del kit de supervivencia con radio incluida tenían menos gracia. O más: en momentos como estos se define el carácter.
—¿Tienes suficiente papel higiénico?
—Por favor, ... no somos nuevos en esto.
—Primero se muere el Papa, y ahora un apagón: demasiadas casualidades.
—Y el hermanísimo declaraba hoy...
—¿A qué hora empiezan los saqueos?
—¿De verdad han vuelto a cancelar el desfile de 'La familia de la tele'?
Había mucha gente con acceso a internet por diversos motivos, a veces inciertos, lo que convirtió el follón en una experiencia más o menos compartida. En las redes sociales había un apagón. Nadie escuchó eso de usar internet solo para lo necesario, porque los memes son una conversación infinita a prueba de bombas nucleares, como los bulos: era fácil imaginar a todas esas personas que estaban agotando su batería con un último vídeo de TikTok, tal vez con un bailecito o una nueva teoría conspiranoica sobre el verdadero origen de las especies. En la radio, el apagón era otro. Primero hubo que sintonizar el dial, algo rarísimo ya, aunque ese sonido añejo abría la puerta a una suerte de tranquilidad: el apagón era insólito e internacional, pero la cobertura informativa nos llevaba a un escenario más conocido, de programación especial, como con la muerte del Papa, tan reciente. Nadie sabía nada, pero los periodistas hablaban, y en ese hablar había algo que parecía bueno, del mismo modo que es bueno un cojín para sentarse a esperar. Para medir la relatividad del tiempo. Para medir la velocidad de la luz.
Sin luz, solo quedaba la radio analógica a pilas, quizás la del abuelo. En las tiendas las radios se agotaron rapidísimo, pero la gente las compartía y escuchaba las noticias a corro, en una escena que cualquier otro día podría venderse como performance.
Para aquellos que tenían internet, el abanico se ampliaba, por eso las teles seguían emitiendo...
El lunes se convirtió en uno de esos días para escribir a casa y confirmar por telegrama que todos seguían bien. Una madre llamó a Radio Nacional para preguntar por su hija, que había cogido un tren. Pero los trenes no se movían. En los medios había imágenes de atascos descomunales, de gente caminando a oscuras por las vías del metro («yo a los diez minutos a oscuras ya reviento una ventana y me escapo») o haciendo acopio masivo de agua en el supermercado. Los cálculos para la solución iban entre las seis y diez horas (oficiales) y los varios días (no oficiales). Y de ahí se pensaba en los hospitales, en los aviones, en las tragedias, en todo lo que no se sabía porque no se podía saber pero que podía salir mal. Eso de la «vibración atmosférica» no sonaba bien, tampoco. Y había gente que no sabía nada, que estaba desconectada, seguramente preocupada por la comida del congelador o buscando formas de matar el tiempo en casa, donde no llegaban las noticias, un poco como aquel señor gallego que se enteró del confinamiento de casualidad, al cruzarse con una reportera del Canal Barbanza en pleno paseo matutino:
—¿Sabe que no se puede salir de casa?
—¿No se puede? Ah, eso no lo sabía.
—No, no se puede. Te pueden multar.
—Joder.
Sánchez no habló hasta las seis de la tarde: dijo que tuviéramos cuidado con los bulos.
Ese era el peligro, por lo visto.
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