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Qué, por qué y a quién molesta «Mientras dure la guerra»

El paso de la película de Amenábar por el Festival de San Sebastián ha sido penoso, infeliz, una herida abierta y un despropósito

Eduard Fernández es Millán-Astray en «Mientras dure la guerra» Vídeo: EuropaPress
Oti Rodríguez Marchante

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Ficha completa

El paso de la película de Alejandro Amenábar , «Mientras dure la guerra», por el Festival de San Sebastián ha sido penoso , infeliz, una herida abierta y un despropósito. Y no por los valores cinematográficos de la película, que ha recibido buenas, regulares y malas críticas, sino más bien por el discernimiento del material «ideológico» de lo que cuenta, o de lo que uno cree o le han dicho que cuenta. Uno ve la película y luego puede emitir un juicio; uno no ve la película y lo que puede emitir es un prejuicio… Se puede decir que la mayor parte del material de lo dicho y escrito estos días sobre ella (¡ese Twitter, Dios Santo!) no tiene mucho que ver con la sensatez, el acierto o desacierto de un juicio, sino con el alardeo de un prejuicio.

Los hechos

Amenábar construye una ficción basada en algunos hechos históricos, la llegada a Salamanca de las tropas nacionales durante los primeros días de la Guerra Civil; la posición de Miguel de Unamuno, entonces rector vitalicio de la Universidad, que había sido un reconocido republicano, pero que apoyó públicamente la sublevación del Ejército, de lo cual se arrepintió posteriormente y también lo hizo públicamente en su histórico altercado con Millán-Astray el 12 de octubre de 1936 en el Paraninfo universitario.

La interpretación

Amenábar ha optado por filmar esa escena crucial del Paraninfo con materiales de ficción y en un tono épico con la utilización de la célebre frase de «Venceréis, pero no convenceréis», sobre la que hay discrepancias históricas y que probablemente nunca dijo… El centro de la película es el interior de la cabeza de Unamuno, sus reflexiones, dudas y contradicciones, y Amenábar lo ha construido , con la magistral ayuda del actor Karra Elejalde, del modo en el que él lo ve, o quiere verlo. Y desde un punto de vista cinematográfico (no sé si ideológico) resulta más efectivo, conmovedor y entendible.

Lo molesto

Unamuno apoya al principio el Alzamiento porque ha visto (y lo subraya) el derrumbamiento moral de la República y la crueldad y crímenes que ha cometido; Unamuno se arrepiente de su apoyo a los sublevados porque ve la crueldad y los crímenes que el ejército «liberador» está cometiendo en su entorno, amigos, conciudadanos, alumnos, que él sabe inocentes; el tratamiento de dos personajes claves de la película y de la historia, un general Franco que no cuadra con los «tópicos» actuales, cauteloso, hábil, listo, certero y que interpreta magníficamente, con complejidad «molesta» Santi Prego, y el del general Millán-Astray, interpretado con maliciosa explosividad pero también con un «molesto» derroche de atributos y humor negro por Eduard Fernández, como si no se resignara a ser «el malo» de la historia.

El énfasis y las relaciones

La película ocurre en el interior de Unamuno y en el interior del Estado Mayor del Ejército, y Amenábar coloca sus acentos: en las relaciones familiares de Unamuno, con sus hijas y con su nieto; también en las amistosas, con sus compañeros de paseo y discusión política (la escena de contienda verbal en el altozano, tan goyesca y elocuente, es un resumen de la España de siglos); incluso en sus relaciones tormentosas, humillantes y con fogonazos de arrojo lenguaraz con los vencedores (pero no convencedores), y especialmente con Millán-Astray, Franco y Carmen Polo, y acentúa igualmente los momentos de bandera, exaltación patriótica y de miedo y sinrazón.

¿Qué busca Amenábar?

No una película bélica ni de la Guerra Civil y tampoco una conclusión válida para vencedores ni vencidos. Busca un retrato humano y complejo de Unamuno, allí, entonces, y busca en lo contradictorio de su pensamiento una crítica a las atrocidades de antes y a las que vinieron a sustituirlas. Y el hecho de que lo menosprecien tanto los «memoriosos históricos» como los «nostálgicos» nos sugiere que Amenábar ha pintado un buen retrato de lo unamuniano, y que ese «mientras» ha servido, sirve y se mangonea para que lo (el) muerto siga vivo.

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