Crítica de «Quisiera que alguien me esperara en algún lugar»: Apuntes de procesiones por dentro
«A esta película se entra cómodamente en un drama familiar, pero se sale ya no tan cómodo de un escaparate de pequeñas y grandes tragedias que explosionan»

Aunque en el juego es imperdonable cambiar las reglas mientras se desarrolla la partida, en el cine puede ser algo digno de aplauso. A esta película se entra cómodamente en un drama familiar, con presentación de personajes y exposición de circunstancias, pero se sale ya no tan cómodo de un escaparate de pequeñas y grandes tragedias que explosionan en ese cargante «… pero la vida sigue».
El director ilustra la novela autobiográfica de Anna Gravalda y muestra en un perfecto acento de lo francés a los personajes de una familia, madre en los setenta y cuatro hijos, cada cual de ellos con su mochila… La descripción de ellos y de la sustancia de las relaciones que los unen son el argumento de la película , aunque enfoca el ojo especialmente en el mayor, Jean-Pierre, y en su modo de llevar el peso económico y emocional de la familia y el suyo personal.
Lo que son cada uno de ellos y lo que hubieran querido ser, todo ello tratado en distintos tonos (casi humorístico en el caso del hermano más joven y también más tímido y confuso), componen las pequeñas tramas entre diálogos y situaciones cotidianas y espesas, hasta que aparece de sopetón un punto de inflexión, un cambio de reglas en la partida y una mirada oscura a unas vidas tirando a claras. Como película francesa, no defrauda.
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