Crítica de 'La Sra. Lowry e hijo': El pintor y su modelo
La evidente precariedad, opresión y monotonía de esas vidas se traspasa 'eficazmente' a la pantalla
L.S. Lowry es un apreciado pintor inglés de la primera mitad del siglo pasado, que capturaba escenas de la vida industrial y paisajes urbanos y obreros, y que tuvo un reconocimiento ya tardío. Y esta película revela su pretensión e interés ya desde el título, pues no se necesita ni monóculo ni gorrilla de sabueso para ver el asunto central que mueve a su director, Adrian Noble : una función de atmósfera teatral en la que se manifiesta la potente y achacosa relación que mantenía Lowry con su madre, una anciana postrada en su cama y con un surtidísimo tablero emocional en el que movía las piezas artísticas, íntimas y sentimentales de su hijo. La película está lejos de ser un “biopic”, pues se reduce al tiempo estancado del dormitorio con alguna fugaz salida y algún flashazo de recuerdo, con leves brochazos a la obsesión y voluntad pictórica de Lowry, a su modo de ver y captar la realidad que le rodeó.
La evidente precariedad, opresión y monotonía de esas vidas se traspasa 'eficazmente' a la pantalla, pero también se traspasa de modo eficaz el talento en el cuerpo a cuerpo de sus dos actores, Vanessa Redgrave y Timothy Spall , que consiguen darle una enorme actividad interna al relato, que se mueve con un efecto goma entre la antipatía, la conmoción, la delicadeza y la rebelión. Redgrave tiene ángel y diablo en la cara, y Spall, diestro en pintores (interpretó a Turner hace unos años), traspasa esa bonhomía y simpleza de quien tiene un perro ya clavadito a él.
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La Sra. Lowry e Hijo
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