Crítica de «Corre como una chica»: Una mujer a caballo
«El relato es de corte clásico, un suave biopic sobre la superación, especialmente de tabúes, pues las mujeres han tenido que atravesar su desierto para conseguir su lugar en esa imagen tan hermosa y artística del hombre y su caballo»

El caballo es un animal con un alto contenido cinematográfico y que le da a cualquier película una velocidad y una estética mayor que, pongamos, un ornitorrinco, y este filme australiano consigue su mejor y más vistosa baza al filmarlos con detalle en plena tensión y carrera: trata sobre la Copa Melbourne, una de las más antiguas y célebres carreras de caballos del mundo. El personaje central es una joven, Michelle Payne, miembro de una familia numerosa dedicada a la cría y entrenamiento de caballos de carreras, y la primera mujer que ganó la Copa Melbourne. La directora, Rachel Griffiths, cuenta la historia de esta joven junto a sus diez hermanos y a su padre viudo, que encarna Sam Neill con la misma elegancia ante el caballo como cuando está ante el dinosaurio o el mafioso.
El relato es de corte clásico, un suave biopic sobre la superación, especialmente de tabúes, pues las mujeres han tenido que atravesar su desierto para conseguir su lugar en esa imagen tan hermosa y artística del hombre y su caballo. Los dramas personales y familiares son un puro trotar, pero las escenas en los hipódromos son a plena galopada y con la cámara surfeando por lugares inverosímiles. La actriz que interpreta a la jockey Michelle Payne es Teresa Palmer, que tiene un gran registro emotivo muy punteado en su relación con el padre y con un hermano con síndrome de Down.
Dirección : Rachel Griffiths Con : Teresa Palmer, Sam Neill
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