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Crítica de 'Competencia oficial': Batalla de egos en los ensayos de un rodaje

Hay que compaginar la risa por su divertido tono de comedia con la seriedad de esa esquirla de amargura y amoralidad que no tiene por qué preocuparle si no es actor ni ha tenido abuela

Penélope Cruz en 'Competencia oficial'
Oti Rodríguez Marchante

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Una película tramada, escrita e interpretada para que los espectadores disfruten viéndola, y que maneja el ingenio, la mordacidad y la aspereza con mucho cálculo y gracia para que su maliciosa intriga, realmente desabrida y poco ejemplar, no le ponga trabas a que el regocijo sea completo. Los autores, Gastón Duprat y Mariano Cohn, que llegaron ya muy lejos en esos manejos con 'El ciudadano ilustre', tratan aquí algunos aspectos del interior del cine, de los preparativos y ensayos antes de empezar a rodar una película y de ese caudal de terminales nerviosos y creativos que tienen los artistas, sean directores, actores o cualquiera.

He aquí algunos de los elementos rellenos de maldad que componen el argumento y el carácter de los personajes: hay que hacer una película –podría haber sido un puente- por capricho de un millonario 'para quedar', y no como Cagancho en Almagro precisamente; y hacerla con 'lo mejor', una novela superventas, una directora con personalidad y prestigio y los mejores actores, uno de gran éxito popular y otro de gran autoridad y respeto profesional. El acierto, la guasa, está en la composición de los tres personajes principales, la directora y los dos actores, todos ellos atiborrados de clichés reconocibles y, lo que es aún más juguetón, interpretados por unos actores que los conocen y hacen suyos como un cura de pueblo a su parroquia. Penélope Cruz, Antonio Banderas y Óscar Martínez Lola Cuevas (Cruz), enrevesada y naranja como su pelo, lesbiana, provocadora y con intuición para alentar y desmochar egos; Félix Rivero (Banderas), actor de moda en Hollywood, capaz de darle a la cámara todo su atractivo, también su inagotable catálogo de emociones fingidas, y algo deshuesado intelectualmente, y el otro, Iván Torres (Óscar Martínez), maestro de la interpretación, con un prestigio a la altura de su vanidad, con todos los accesorios mentales del 'progre de manual' (las escenas caseras con su pareja son hilarantes) y con un desprecio, naturalmente falso, hacia el éxito popular.

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Competencia oficial

Competencia oficial

La mayor parte de la película transcurre durante esos ensayos, la lectura del guion que se va a rodar y el pulso (el duelo, la competición) entre los tres en la preparación de los textos, caracteres y posiciones antes del rodaje, todo ello magníficamente ilustrado por unos diálogos ponzoñosos y por un espectacular repaso de las enormes cualidades que enriquecen su trabajo y la aún mayor cantidad de manías, argucias y mezquindades que el ejercicio de su arte les pone en la mano. La lágrima, la verosimilitud, la furia, la ambición, el menosprecio, el halago, la amenaza, la seducción, el odio…, todo ello es material creativo que un buen actor maneja a su antojo, al menos ellos tres, Cruz, Banderas y Martínez , en una espectacular y prodigiosa gimnasia interpretativa tan graciosa, delirante y elocuente que se disfruta a lo grande desde la butaca. Y se le puede añadir al trío protagonista la presencia de Irene Escolar , que borda su personaje en las antípodas al de ellos, rebajado de ego, con un frescor insólito y momentos como el del beso que te licúa el chicle de la boca.

'Competencia oficial' es una película sobre la rivalidad y los interiores, tanto del cine como del ser humano, y los personajes y sus intérpretes revelan los suyos con enorme generosidad y le ofrecen a la cámara una descripción detallada, un ensayo, de ese mundo fatuo, arrogante, sibilino y algo sádico en el que, a veces, no tantas, brota la creatividad y la obra de arte. Los directores Duprat y Cohn eligen el arma, la parodia de la (mala) sombra del actor rebozada con una manita de crueldad, con lo que hay que compaginar la risa por su divertido tono de comedia con la seriedad de esa esquirla de amargura y amoralidad que no tiene por qué preocuparle si no es actor ni ha tenido abuela.

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