Crítica de Wonder: Cómo sobrevivir sin casco
El director, Stephen Chbosky, elige afortunadamente el otro modo, que no es el trágico y quizá más verosímil, sino el atractivo y emocionante
Hay dos modos de contar la historia de Auggie Pullman , un niño de diez años que nació con una malformación facial y que va al colegio por primera vez. Su vida hasta entonces era su familia, padre, madre y hermana, y su sueño de ser astronauta. Tiene muchas cualidades, y un alto nivel intelectual que su madre ha procurado educar, pero ahora se enfrenta al gran reto de mostrarse ante esa selva solo apta para niños, y sin ese casco protector con el que se refugia.
El director, Stephen Chbosky , elige afortunadamente el otro modo, que no es el trágico, sórdido y quizá más verosímil, sino el atractivo, emocionante y con una corriente de cálida manipulación que convierte su historia, la película, en una loa amable y tragable a los mejores pulsos del ser humano. Tal vez no refleje realmente cómo somos, cosa que ya sabemos, pero sí cómo deberíamos ser. «Wonder» también explora en la «soledad» de la hermana, que ha tenido que amoldarse al exiguo pedazo de atención que sus padres podían darle, volcados por entero en Auggie.
El drama de interior es tajante, sí, pero ungido de emoción y de un sentido del humor que le quita filo. El niño Jacob Tremblay es un actor prodigioso, y junto a él han de sacar sus mejores ropas Julia Roberts y Owen Wilson para no desentonar ante la enormidad dramática.
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