Crítica de «Viaje al cuarto de una madre»: Recital de cotidianidad

Federico Marín Bellón

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04/10/2018
Actualizado 05/10/2018 a las 21:32h.

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Tiene tantos detalles de calidad y tan pocos lunares la primera película de Celia Rico que parece increíble no encontrar más títulos al palpar su currículum. Su cine está cosido con una naturalidad extrema. La directora y guionista sevillana trabaja un costumbrismo rabiosamente moderno, en una película que sería trasladable a cualquier época y ciudad. Su mejor aliado es el reparto, de mayoría absoluta femenina: Lola Dueñas y Anna Castillo son las fabulosas protagonistas, con el contrapunto casi único de Pedro Casablanc. Si no lo conociéramos bien, sorprendería ver que está a la altura.

« Viaje al cuarto de una madre » retrata la relación entre una madre y una hija, una convivencia condenada a romperse por las leyes de la vida, dentro de un entorno humilde, de bombona de butano y brasero. Ambas trabajan de planchadoras, un oficio retratado en dos apuntes tan certeros que traen a la memoria los tiempos modernos de Chaplin, no tan lejanos. Llega la Nochevieja y en casa bastan dos docenas de uvas, siempre con el padre ausente, orbitando en silencio o como fantasma que vive en el armario de ese cuarto de esa madre en la que millares de espectadoras podrían verse reflejadas, no solo porque ahora, cuenta la hija, «se ha enganchado a ver series».

Estrella y Leonor se bastan para llenar el minimalista escenario, con más frustraciones que cuadros. Frente a ese ahorro contable hay derroche de detalles y gestos, de miradas que se asoman a escondidas al llanto, sin llegar a zambullirse.

Así, mientras la «vieja» plancha y la joven empareja calcetines, o cuando la vida las distancia, la película prescinde del mensaje fácil y aún más de la grandilocuencia. En el dobladillo de lo que vemos, sin embargo, cabe más que en el pañuelo del mundo. Que la cinta no resulte teatral, en el mal sentido, es otro increíble acierto, de Rico y del resto.