Crítica de «Sin olvido»: Noche y niebla
«De entre las numerosas historias sobre las secuelas del Holocausto que hemos conocido, hay una variación que esta película parece tentar por primera vez»
Fotograma de Sin olvido
De entre las numerosas historias sobre las secuelas del Holocausto que hemos conocido, hay una variación que esta película parece tentar por primera vez. El hijo de un matrimonio judío ejecutado por los nazis entabla una relación con el hijo del oficial que los ... asesinó . A lo largo de dos horas quizás un tanto morosas los dos «herederos» acaban haciéndose casi amigos; no se hace largo porque rara vez aburren las películas que combinan la premisa de la «extraña pareja» y/o el «buddy movie» con una trama de carretera.
En este caso los «buddies» son más bien mayorcitos y lo que van a ir descubriendo por el camino no va a servir para arreglar los traumas que llevan una vida arrastrando: cuando uno se interna en la « noche y niebla » (el grotescamente poético eufemismo que se eligió para la solución final) es inútil esperar una luz al final del túnel. El hijo del verdugo es un austriaco que contrata al eslovaco huérfano de la Shoa para que le sirva de traductor en un viaje con el que quiere exhumar las pasadas atrocidades. El austriaco es Peter Simonischek, el padre de «Toni Erdmann» , con lo que ya se imaginan el toque extrovertido que le da al personaje. Y el eslovaco es el veterano cineasta Jiri Menzel , uno de los iconos de la “nueva ola checa” aplastada por los tanques soviéticos; su viejecito de 80 años está lleno de sufrida y silenciosa determinación. El contraste entre ambos, el factor «extraña pareja», es lo que mejor resulta de la función. Lo peor es un giro final que es un golpe bajo que no vamos a destripar aquí. Y hay por el camino escenas magníficas como todas en las que sale Zuzana Maurery, la hija del eslovaco, cuando intenta por ejemplo sentarse a charlar con el hijo de quien exterminó a su familia.
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