Crítica de «El silencio del pantano»: La letra con sangre entra
Está basado el argumento en la novela de Juanjo Braulio y dosifica con cadencia el ritmo y la tensión, aunque quizá pierda algo de fuelle (no de interés o sorpresa) en sus tramos finales

Bien colocados en la pantalla, tres rostros con nervio y forjados de muy distintos metales, como los de Pedro Alonso , Nacho Fresneda y Carmina Barrios, le abren la puerta al «thriller» de una patada.
La ambigüedad y hermetismo que ya Pedro Alonso transmitía en «La casa de papel», la aspereza y ferocidad que emana de Nacho Fresneda y el desgarro y descaro de Carmina Barrios construyen la temperatura y «vicio» ideal para que la trama se vaya rompiendo como un tejido a medida que avanza en una masa argumental que combina lo policíaco, la corrupción social y sus tentáculos en un cruce de realidad y ficción muy bien trabajado en ambientes, ritmos e intrigas por el director Marc Vigil , nuevo en el largometraje pero muy curtido en las series televisivas. Un escritor con «secreto», un asesino justiciero con coartada literaria, una red de tráficos e influencias y unas maquinaciones en las que se apelotonan la maldad y la brutalidad, con una violencia que erupciona, irrita y enrojece la pantalla.
Está basado el argumento en la novela de Juanjo Braulio y dosifica con cadencia el ritmo y la tensión, aunque quizá pierda algo de fuelle (no de interés o sorpresa) en sus tramos finales, pero la aludida diversidad de metales en el físico de sus protagonistas, realmente excelentes, no te permite la calma (el silencio del título) hasta más allá de la palabra fin.
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