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Crítica de Una razón brillante: El poder de las palabras

La vieja fórmula de juntar a dos protagonistas-antagonistas fue explotada hasta la parodia por el cine policiaco estadounidense

Federico Marín Bellón

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Una razón brillante

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Una razón brillante

La vieja fórmula de juntar a dos protagonistas-antagonistas fue explotada hasta la parodia por el cine policiaco estadounidense. El francés le suele dar un toque personal y aporta su particular variante, en dramas de puntilla cómica tan exitosos como «Intocable» . Yvan Attal , director nacido en Israel, lo lleva además al terreno de la educación, otro subgénero en el que los galos son maestros absolutos, tanto que las recetas también empiezan a repetirse, sin salir de Francia o en clásicos como «My fair lady». Seguro que el cineasta, de múltiples talentos, era consciente de todos los referentes, de los que sabe distanciarse lo necesario.

Él une a la fuerza a un profesor aficionado a provocar y a una humilde universitaria de origen argelino que tampoco sabe quedarse callada. Por supuesto, ambos irán guardando las uñas y descuidando el corazón a medida que se conocen. (Es de esperar que esto no fuera un secreto para nadie).

Pese a la previsibilidad general del argumento, que no de sus detalles, Daniel Auteuil y Camélia Jordana elevan la película hasta donde les da la gana. Del excelente veterano ya no sorprende ninguna pirueta, aunque el momento en que lee en clase unos versos de Baudelaire es casi mágico, dentro de su sencillez. Es solo el momento cumbre de unos diálogos muy cuidados; cinco guionistas son un lujo que la cinta sabe aprovechar.

Más sorprendente es la inmejorable química, sin tensión sexual de ningún tipo, que genera al lado de la joven actriz. Apenas hay fotogramas sin alguno de los dos en el centro, lo que permite transmitir con eficacia el mensaje central, por otro lado primo hermano del de la serie española «Merlí». Cuidemos a nuestros maestros, sobre todo a los buenos, sin preocuparnos tanto por su esmero a la hora de cuidar la corrección política. Ya la primera parte de la frase parece difícil en España.

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