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ABC Cultural

Crítica de «Quien a hierro mata»: Lobos, pastores y corderos

Lo que parecía la sustancia esencial del cine de Paco Plaza, el terror, y que se solidificó junto a Jaume Balagueró en los varios «[*REC]» y en «Verónica», se desplaza aquí hacia el terreno del «thriller», de la intriga

Oti Rodríguez Marchante

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Lo que parecía la sustancia esencial del cine de Paco Plaza , el terror, y que se solidificó junto a Jaume Balagueró en los varios «[*REC]» y en «Verónica», se desplaza aquí hacia el terreno del «thriller», de la intriga, y tal y como sugiere el título se trata de una historia en la que la venganza será el condimento predominante. Y sin duda, el director se siente cómodo en el desplazamiento: elabora una trama dura, seca, correosa a partir del guion de Juan Galiñanes y Jorge Guerricaechevarría, con personajes muy nítidos (quizá, en exceso) y en el entorno preciso, la Ría de Arousa, en Galicia, tradicionalmente un foco del narcotráfico que es el apropiado para el argumento.

El personaje central es Mario, un hombre apreciado en el lugar y en el geriátrico donde trabaja de enfermero, y que interpreta con gran dominio del entrelineado del guion Luis Tosar, un actor que sabe convivir con cualquier emoción extrema de sus personajes, y que se lleva las callosidades hasta la ternura y la delicadeza hasta la brutalidad sin crear apenas contradicciones. El tejido del relato, familiar, laboral, se tensa con la llegada al geriátrico de un personaje, Antonio Padín, el poderoso «capo» del narcotráfico atacado ya por la vejez y una enfermedad degenerativa, y esa tensión es en varios niveles, desde el descriptivo de los dos mundos (la tranquilidad del geriátrico y la agitación entre bandas de narcotraficantes), al puramente ético (el pasado de Mario, los perfiles de su personaje) y al interpretativo, con un duelo magnífico entre Tosar y Xan Cejudo, el actor recientemente fallecido que encarna al pétreo y despiadado mafioso. El resultado es tremendo, implacable, orgulloso de su negrura y de su control de los clichés, con una narrativa y una fotografía que enseña los líquidos fermentados por sus comisuras. No es una película de terror, pero invita a santiguarse al final.

Crítica de «Quien a hierro mata»: Lobos, pastores y corderos

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