Crítica de 'Promesas en París': Los oscuros mecanismos del poder
Isabelle Huppert y, sobre todo, Reda Kateb, animan una película que ilustra la baja y la alta política, no tan distantes
Isabelle Huppert da vida a una alcaldesa y Reda Kateb es su número dos
De Thomas Kruithof ya habíamos visto en España su primera película, la sugerente 'Testigo' , sobre un hombre corriente atrapado en una tela de araña indescifrable. Aquí son varias arañas las que se dedican a aprovecharse de la gente normal.
La historia sigue ... los pasos de la alcaldesa de una ciudad cercana a la capital francesa ( Isabelle Huppert ) y de su jefe de gabinete ( Reda Kateb ). Es un retrato de la alta y la baja política, con conexiones con el Elíseo y al mismo tiempo el pie malo atrapado en un conflicto de viviendas degradadas. Cambian los recursos, pero no el hambre de poder y la sed de su zumo, el dinero.
Ficha completa
'Promesas en París'
El político es un animal cambiante, por otro lado, con distintos colores y pelajes, pero la base genética es casi idéntica en todas partes, como mínimo en la Europa occidental. En Francia, sin ir más lejos, tienen especies autóctonas casi idénticas a las nuestras. En un momento dado, aparece incluso un audio comprometedor. Solo falta un vídeo sexual para que el estreno sea redondo.
De la denuncia se pasa a la esperanza. No hace falta detenerse demasiado en los explotadores de pisos patera, infraviviendas de diez metros cuadrados con servidumbre de paso de cucarachas. Es mucho más interesante tirar del hilo y ver dónde se esconden (los especuladores, no los insectos). El guion y la cámara prefieren además enfocar a la gente de bien con voluntad de servir al pueblo, incluso cuando las circunstancias moldean voluntades y principios. La política, nos dice la cinta, «te obliga a usar lo mejor y lo peor de ti».
Sobresaliente Reda Kateb
En algunos aspectos, 'Promesas de París' recuerda a la española 'El reino', con menos empaque a pesar del trabajo siempre perfecto de Huppert y a la actuación sobresaliente de Kateb, un número dos de altura. Es un gusto ver lo bien que la actriz exclama la palabra «merde». En su boca, la peor frase es un manjar.
En esa evolución de la política menos glamurosa a una segunda parte más ilusionante, por momentos hay un ligero sobreviraje a lo '¡Qué bello es vivir!', pero sin canciones navideñas ni ángeles en busca de sus alas. Aquí los buenos son aún más desprendidos y la tensión ascendente hace el resto para que la palabra fin nos pille con un buen estado de ánimo.
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