Crítica de La mujer que sabía leer: Hambre de hombres
Título bonito y algo tramposo, que se atiene a la letra pero no al espíritu de lo que cuenta Marine Francen. En el mejor de los casos, no da las pistas correctas sobre lo que el espectador descubrirá en la sala

Título bonito y algo tramposo, que se atiene a la letra pero no al espíritu de lo que cuenta Marine Francen. En el mejor de los casos, no da las pistas correctas sobre lo que el espectador descubrirá en la sala. (Más detalles sobre la historia en el texto de al lado, obra de otro F. M., lo que siempre es una garantía).
Lo esencial es que el meollo de la trama es apasionante y da para mil reflexiones y quiebros de guión. Un pueblo sin hombres, un pacto entre mujeres ante la posibilidad de que aparezca alguno, el hambre de carne viva y la sed de revivir sentimientos, la dificultad de inventar modelos de convivencia fuera (y hasta dentro) de la tiranía de la pareja...
La película es hermosa, desde luego. Está bien ambientada e interpretada y resulta creíble pese a lo insólito de la propuesta. Da la sensación de que la debutante cineasta logra pintar en su lienzo hasta el último matiz de lo que tenía en mente. Si el experimento no llega más lejos, casi todo es cuestión de gustos, es por la endeblez de la estructura – dadme un dramaturgo y os devolveré un guionista , decía Wilder– y porque agota los conflictos antes de tiempo. Quizá tema que se desparrame la historia o sufra el síndrome de adaptación de relato: al contrario que la novela, tan difícil de comprimir, un cuento a veces no alcanza para llenar una película hasta el fondo. Por supuesto, se agradece la brevedad y delicadeza de algo que termina con tan pocos aspavientos que se echa en falta algún exceso.
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