Crítica de La Muerte de Stalin: Farsa (que no falsa) histórica
Todo es escrupulosamente real, pero el ojo y el sarcasmo del director lo convierte todo en una grandiosa sátira
Ficha completa
La muerte de Stalin
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Los personajes, los hechos, los detalles, las fechas…, todo es escrupulosamente real, pero el ojo y el sarcasmo del director (y también guionista) Armando Ianucci lo convierte todo en una grandiosa sátira que permite la diversión y una jocosa reflexión sobre uno de los fulanos más salvajes y sanguinarios que han soportado los siglos. En efecto, el 2 de marzo de 1953, el cuerpo de Stalin yace moribundo y «meado» sobre la alfombra de la habitación de su «dacha» sin que nadie de los que componían el Politburó soviético se atreviera, allí plantado a su alrededor, a mover un músculo por si acaso…, ni siquiera había médicos competentes (los había mandado asesinar a todos) para hallar una solución, o una «solución final», al grotesco espectáculo.
Ianucci, creador con un talento especial para disolver entre ácidos la realidad social y política, y convertirlas en risa colmillera, teatraliza los interiores del alma soviética y nos muestra el debate entre el miedo, la ambición y las conjuras para hacerse con el poder (o morir) entre sus hombres de confianza, como Beria, Kruschev, Malenkov, Molotov o el siniestro Zhukov, encarnados de modo entre lo irónico y lo sombrío por Simon Russell Beale, Steve Buscemi, Jeffrey Tambor, Michael Palin, Jason Isaacs y otros actores británicos pertenecientes al estilo de «me río de Janeiro»… Los diálogos, la electricidad entre personajes y momentos, la sencillez sin pretensiones de la puesta en escena y la juerga tragicómica sobre el personaje y sus aledaños son devastadores. Y merecedores al menos de otra oda de Neruda al camarada Stalin.
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