El director Peter Berg y su estrella Mark Wahlberg están tan a gusto juntos como el índice y el pulgar, y ya llevan varias películas en común en las que se regalan el uno al otro lo mejor de sí mismos: Berg filma las escenas ... de acción como si a la cámara le hubiera picado una avispa y Wahlberg le compone un personaje antipático, y tan frío y cuadrado que lo podrías echar en tu whisky. Aquí es James Silva, un agente de la CIA de misión suicida en un lejano país oriental, y por resumir el tinglado del relato, tiene que transportar a un esencial confidente de un sitio a otro (la alusión de la distancia en el título) sin que los conviertan en puré la amalgama de coyotes que los persiguen. El confidente (Iko Uais, una estrella del cine de tortazos en su país, Indonesia) les ofrece información crucial a cambio de asilo político, y la otra pata del trípode es el personaje de John Malkovich, el jefe en la sombra y el que coordina la operación. Todo es vigilar, correr, disparar y golpear, y la historia, las imágenes y su montaje cabalgan sobre un caballo desbocado, y no hay que darle más vueltas: ese es el único modo de disfrutar la película, y no parándose a pensarla.
Crítica de Milla 22: A velocidad de carrera de 100 metros
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