Crítica de «Midway»: Notable en Historia y aprobadillo en Química
Se siguen con gran interés los «juegos» de estrategia a ambos lados de la trinchera, y es loable el esfuerzo del director por mirar «a los de enfrente» sin perderle el respeto

Esta película enorme, grandota, de Roland Emmerich cuenta con detalle el tablero bélico de la batalla de Midway, un momento clave de la Segunda Guerra Mundial para la victoria aliada en el que la Marina estadounidense se enfrentó a la potente flota japonesa y consiguió frenar un avance que parecía ya imparable hasta la misma Costa Oeste americana. De esta crucial batalla ya dio cuenta el director Jack Smight en una película de 1976 cargada de estrellas y de información, y el propio John Ford ganó un Oscar en 1942 con su cortometraje documental filmado a pie de obra.
Emmerich tampoco ha ahorrado ni en barras ni en estrellas para contar los pormenores de esta célebre batalla desde sus precedentes: arranca la acción en el ataque japonés a Pearl Harbor y los consiguientes movimientos y estrategias que los americanos hicieron para devolverle el golpe a la Armada Imperial . Tiene, pues, en su interior una mezcla de épica, revancha y vindicación que todos sus personajes (reales y con sus propios nombres) contienen y muestran con una especie de mirada un par de grados por encima de la línea de flotación. Los actores lo saben, y Ed Skrein, Woody Harrelson, Patrick Wilson, Aaron Eckhart, Luke Evans o Dennis Quaid actúan con ese aroma viril y patriótico que pide la Historia .
Es interesante y se siguen con gran interés los «juegos» de estrategia a ambos lados de la trinchera, y es loable el esfuerzo del director por mirar «a los de enfrente» sin perderle ni el respeto ni la consideración, aunque sin perder tampoco la atalaya desde donde mira (la película está dedicada a los que lucharon a ambos lados). Pero el documento, la historia, tiene también un relleno de ficción, de tratamiento personal, familiar y sentimental de los personajes en acción, y son esas zonas narrativas las que no aportan gran profundidad, reflexión o «miga» a la película. Y es una pena, porque la trascendencia de los hechos hubiera merecido el esfuerzo de sacarlos de lo habitual y rutinario con una más noble pasta de relleno.
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