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Crítica de 'Mentes maravillosas': Merecida derrota de las apariencias

El filósofo suizo Alexandre Jollien y el actor y director francés Bernard Campan se alían para derribar prejuicios con una película feliz

Alexandre Jollien es Igor Parat, un filósofo distinto Caramel Films
Federico Marín Bellón

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Ya tenemos en las salas el próximo gran 'remake' americano. Podría incluso ganar el Oscar, como 'CODA' , aunque no será fácil replicar al protagonista masculino. 'Mentes maravillosas', que ya ha arrasado en Francia, esta vez con merecimiento, habla de la improbable amistad entre el gris empleado de una funeraria y un repartidor con parálisis cerebral. Los dos actores principales, Bernard Campan y Alexandre Jollien , escriben y dirigen juntos esta película luminosa, que no se limita a ilustrar con sensibilidad, humor e inteligencia cómo es ser menos que invisible, una de esas personas ante las que el resto apartan la mirada.

No es fácil adivinarlo, pero Igor Parat (Jollien) tiene una inteligencia fuera de lo corriente. Es un verdadero pensador, que cita a Platón y a Spinoza con la misma soltura que otros recuerdan a Pedrerol . También ansía experiencias metafísicas. Las físicas parecen fuera de su alcance. Pronto descubrimos que también le gusta el 'pendoneo'. Su minusvalía no le impide repartir verduras con su triciclo, pero está lejos de llevar una vida 'normal'.

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'Mentes maravillosas'

El otro gran personaje es Louis Caretti (Campan), que trabaja en el negocio de la muerte o, si nos ponemos pomposos, de las pompas fúnebres. Es un hombre correcto y sin sal, casado con su oficio y, como todos, esclavo de sus prejuicios . También tiene sus detalles, como ponerle el cinturón de seguridad a una urna con cenizas.

El encuentro entre ambos no es tan diferente del que ya vimos en 'Intocable' , otro gran éxito del cine galo e inspiración confesa de Jollien. Con esa chispa y su verdadera historia echó a andar esta atípica película de carretera, cadáver incluido en el 'maletero', que tampoco esconde sus intenciones de transmitir felicidad. Lo mejor de todo es que lo consigue.

El mérito es conjunto, pero el corazón de la película es el personaje de Igor, para el que no ha sido necesario inventar demasiado. Alexandre Jollien es un respetado escritor y filósofo suizo , nacido en 1975, que vivió demasiados años en un centro de educación especial, una cárcel peor que la de su cuerpo. Luego echó a volar gracias a su mente prodigiosa y ahora nos permite asomarmos a su abismo en versión suavizada, sin las vistas más oscuras.

Desde el punto de vista cinematográfico, Jollien y Campan no intentan ponerse estupendos. Prefieren transmitir con sencillez su poderoso mensaje. Tienen entre manos una historia verdaderamente original, pese a que es imposible no enhebrar referencias, y aciertan con un par de quiebros elegantes justo cuando la trama parecía abocada al tópico. Será otro cliché, pero su película es terapéutica .

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