Crítica de «Marisa en los bosques»: Microteatro
Muestra una problemática afición a insertar unos diálogos, digamos, espesos que pronto evaporan la simpatía que pudiéramos sentir por lo que se nos cuenta
Película que, como evoca y proclama un rótulo inicial, ha sido financiada por medio de un sistema de “crowdfounding”, tiene en este acto de audacia colectiva uno de sus principales méritos y motivos de apoyo. El director, el debutante Antonio Morales, demuestra ser también bastante emprendedor a la hora de sembrar la función de todo tipo de citas pop, portadas de vinilos incluidas, lo que no añade mucho pero suscita la nostalgia de la generación que comprábamos discos. Más problemática es su afición a insertar unos diálogos digamos espesos (no sé si se debe a que proviene del teatro, del que incluye algunos fragmentos) que pronto evaporan la simpatía que pudiéramos sentir por lo que se nos cuenta; o un par de escenas de crisis de pareja que se podía haber ahorrado.
Ficha completa
Marisa en los bosques
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Porque lo único que sostiene, o podría sostener, la función es la esforzada protagonista Patricia Jordá: antes de acabar en un bosque que se revela primigenio (el paraíso es la infancia, ya se sabe, y el realismo mágico, con maga incluida, es muy socorrido) su Marisa vive un sinvivir que le lleva a ir de un amigo a otro, de un desfile del Orgullo a una fiesta indescriptible (en el mal sentido), en un recorrido urbano por un Madrid, el de las artes y las letras, en el que se busca una forma de reverberación de la crisis que sufre.
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