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Crítica de 'Llaman a la puerta': Sacrificios para evitar el fin del mundo

Es ese tipo de película cepo en la que metes el pie y ya no lo sacas, y mantiene su interés por más que uno ya conozca a Shyamalan y sepa que está puliendo el vuelco y el mosqueo

Imagen de 'Llaman a la puerta'
Oti Rodríguez Marchante

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Desde que irrumpió en el mundo con ‘El sexto sentido’, M. Night Shyamalan es el director del vuelco, del mosqueo, del pie en lo trascendente y sobrenatural, y sus películas buscan o encierran mensajes que a uno no se le ocurren por muy mullido que tenga el sillón de casa. En ‘ Llaman a la puerta’ deja entrever que se entra a una historia de intriga, casi terror, de carril, de retorcida psicología, pero su desarrollo no se deja atrapar fácilmente entre las claves de ningún género… Ya las primeras escenas son un pulso a la tranquilidad: una niña sola en el campo y tipo modelo armario diciéndole con sospechosa suavidad cosas absurdas…

El argumento se revela como cosa de locos: cuatro personajes entran con violencia a una casa de verano en la que vive un matrimonio homosexual con su pequeña hija adoptada; llevan un mensaje ridículo, llega el Apocalipsis y saben cómo evitarlo, un miembro de esa familia ha de aceptar el sacrificio de morir y salvar a todos los demás…, el elegido para morir o el elegido para salvar, y han de decidirlo ellos… Es decir, Shyamalan pasa de una historia de invasión y amenaza a otra de atolladero ético y de conjeturas inaceptables.

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Las dudas entre si estamos ante los delirios de una secta majareta o ante unos ángeles anunciadores entretiene la función, junto a picos de malestar y de violencia, aunque el director le añade otros contextos mediante píldoras de ‘flashback’ no muy elegantes para subrayar que esa pareja de hombres ha sufrido discriminación y ataques homófobos. Píldoras que se toma la estructura de la película para rebajar la fiebre: en algunos momentos de tensión extrema, ¡toma píldora forzada de su pasado juntos!

En cualquier caso, ‘Llaman a la puerta’ es ese tipo de película cepo en la que metes el pie y ya no lo sacas, y mantiene su interés por más que uno ya conozca a Shyamalan y sepa que está puliendo el vuelco y el mosqueo. No hay grandes ni matizadas interpretaciones, pues son funcionales, momentáneas, pero sobresale un poco, aunque solo sea por su tamaño y poder amenazante, la de Dave Bautista. Y puesto que lo lógico y lo razonable no es el terreno en el que se mueve este director, se sale de su película con la sensatez revuelta.

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