Crítica de «La hija de un ladrón»: Sujetar la vida a pulso

Es cierto, Belén Funes no tiene tanto un sello personal como un sello de escuela y que comparte con otras directoras como Mar Coll, Nely Reguera, Elena Trapé o Roser Aguilar… un cine sobrio, de lo cotidiano, que no busca emocionar o conmover aunque ello no implica que el espectador tenga algún encuentro fortuito con esas y otras emociones, y que está hecho con cámara suelta y un lenguaje contundente, sin contemplaciones ni otras gaitas.

En «La hija de un ladrón» todo este sello de escuela lo utiliza Belén Funes para encuadrar a su personaje central, una joven en toda la complejidad de su mundo familiar, laboral y sentimental, con un bebé a su cuidado, con trabajos esporádicos, con una pareja cogida por imperdibles y con un padre expresidiario y tan descentrado como un meñique.

Mientras la cámara de Belén Funes atrapa a Sara, su personaje, por fuera y en su día a día atiborrado de esas situaciones llenas de vacío, de carencias, amargores y penurias, la actriz Greta Fernández la sugiere poderosamente por dentro en sus calenturas, frialdades y soledades, rodeada de relaciones y entorno arduo y agotador, especialmente con su padre, al cual interpreta Eduard Fernández con ese añadido auténtico de serlo en la vida real. Es una historia adusta, que atrapa una vida entre miles y que la singulariza y acerca la gran interpretación de Greta Fernández, que ya ganó el premio de interpretación en el pasado Festival de San Sebastián.