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ABC Cultural

Crítica de 'Hasta los huesos: Bones and All': Carnívoros con alma vegana

Dentro de la truculencia del relato (alimentarse de carne humana), Guadagnino consigue no perder la brújula de la estética

Oti Rodríguez Marchante

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A Luca Guadagnino le interesa entrar en esos lugares donde el final de la adolescencia encuentra una pared que saltar, tal y como ocurría en ‘Call me by your name’ y como ocurre ahora en esta película, y con el mismo protagonista, Timothée Chalamet , un actor que exprime al máximo su fragilidad y fortaleza para afrontar esos riesgos del topetazo con el mundo real y adulto. En esta ocasión, Guadagnino recoge su idea de la novela de C amille DeAngelis , en la que el canibalismo es el punto de fuga. Una historia de encuentro y viaje entre una chiquilla, Maren, que tiene que huir, y un joven, Lee, que vive huyendo.

En las primeras escenas se explica a Maren, su inevitable inclinación y los detalles de su sorprendente y terrible comportamiento, y Guadagnino le da cuerda al desarrollo de la historia, que tiene como centro la relación entre los dos jóvenes, pero que está impregnada de otros personajes y acontecimientos que le impedirán al espectador cerrar la boca y también tenerla abierta. Taylor Russell y Timothée Chalamet conducen sus vidas y su relación con una mezcla misteriosa de ternura y ferocidad, y tanto la película como ellos consiguen que lo terrible adquiera un tono natural al tiempo que lo natural parezca terrible, son víctimas y beneficiarios de su maldición.

En su viaje, amenizado por la leyes de estilo ‘road movie’ y por una música apetitosa y ochentera (algo de Ronald Reagan, en el menú) de Leonard Cohen, Joy Division o New Order , hay paradas que mueven al desaliento (las escenas con la madre de ella) y otras realmente espeluznantes, como la entrada en la historia del personaje de Mark Rylance , lo mejor, lo más potente y sangriento de la trama, esa esquina de lo que vemos que consigue hacerla inolvidable primero y olvidable después.

Dentro de la truculencia del relato (alimentarse de carne humana), Guadagnino consigue no perder la brújula de la estética y hermosea, hasta cierto punto, los conflictos personales y sociales de los protagonistas, y además no se pregunta (o no nos contesta) sobre la dimensión ética de esos personajes, hasta el punto de que uno está emocionalmente con ellos, aunque, claro, a una distancia prudencial. En ese duelo entre el bien y el mal, entre el amor y el colmillo, Guadagnino se queda algo pasmado, sin munición y no dispara a matar.

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