Crítica de «El faro»: Gótico americano

Porque estamos aislados en un entorno pequeño, rodeado por un mar infinito, en el que cada detalle se magnifica . El lugar es Nueva Inglaterra, a finales del siglo antepasado, pero podríamos decir con todo motivo que la película nos encierra en el faro del fin del mundo. Es un espacio tan delimitado (nunca teatral, el talento visual de los creadores de la película hace que sea una experiencia puramente cinematográfica) que casi podría parecer simbólico. Pero ¿de qué? De la misma existencia humana, del silencio de Dios, de las relaciones humanas como juegos de poder… Escojan ustedes, no es muy importante; no tanto como la mecánica infernal por la que los dos protagonistas van abandonando su corteza de civilización mientras esperan en vano a su Godot particular.

Lo dejo para el final, pero no es lo de menos: los protagonistas. Willem Dafoe ha roto el molde (ya hace mucho): cuando se deja barba, como aquí, es a la vez Moisés, un profeta (más Manson que otra cosa), el capitán Haddock o el capitán Acab, con esa voz ungida en mil toneles de ron . Pero el combate para robar plano es mortal, plano a plano, porque su antagonista (término que en este caso es axiomático) en un Robert Pattinson que también consigue parecer salido de un relato de Herman Melville.