Crítica de La enfermedad del domingo: Deuda de sangre
Ni entre Freud, Billy Wilder, Rodríguez Zapatero y Bergman trazarían una línea argumental tan arqueada y prometedora como ésta que es la esencia de la película de Ramón Salazar
Ni entre Freud, Billy Wilder, Rodríguez Zapatero y Bergman trazarían una línea argumental tan arqueada y prometedora como ésta que es la esencia de la película de Ramón Salazar: una mujer joven fuerza una cita con su madre, que la abandonó treinta años atrás siendo una niña, y le pide (o le exige) pasar juntas y solas diez días en una casa alejada en el campo. Y la película hay que entenderla –o ir entendiéndola– ahí, en la presencia, en la ausencia, en el duelo de silencios y de diálogos, en las miradas y propósitos que van a construir ideas, actos y sentimientos que no tienen nada de habituales, pues casi toda la edificación se hace con materiales equidistantes entre el amor y el odio. Alrededor de la mitad del mundo ni somos ni hemos sido hijas ni madres, y sólo podemos imaginar ese territorio en el que las relaciones entre dos seres humanos adquieren una complejidad que no se da, al parecer, con igual intensidad y enmarañamiento en ningún otro lugar conocido. Es, pues, una historia, una película, cargada de cantidad de especias y hay que acostumbrarse al sabor que cada una va otorgándole a lo que vemos, y sentimos.
Salazar no habría podido transmitir todo el maridaje emocional sin contar con la interpretación de dos actrices mayúsculas, Bárbara Lennie , que invierte en su personaje una dosis enorme de sentimientos «nuevos» para el espectador y que le obligan a buscarles sitio en la estantería de su cabeza (lo cual le proporciona al argumento intriga, curiosidad, sospecha, tensión…), y Susi Sánchez, también a la expectativa de esa «novedad» de sentimientos, compone su personaje con una sorprendente carga de naturalidad, de sencillez y resignación al pase lo que pase. Una especie de juego de espejos purificador entre la no-hija y la no-madre; un duelo, un revoltijo de catarsis. Y el reto del director consiste en convertir una película quieta, estancada en dos tiempos y un solo lugar, en una «road movie» inmóvil a toda velocidad .
Y hay tal intensidad en lo femenino, en lo maternal, en lo especular entre madre e hija, tan concentrado el foco en ellas, que dos actores gigantescos como Miguel Ángel Solá o Richard Bohringer, no pueden más que mirar absortos esa maraña de pasión y compasión que hay entre ellas. Y sirva la insistencia en resaltar la increíble y magnífica interpretación de Bárbara Lennie y Susi Sánchez para compensar aquí la imposibilidad de encontrar unas frases a la altura de ellas.
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