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ABC Cultural

Crítica de La enfermedad del domingo: Deuda de sangre

Ni entre Freud, Billy Wilder, Rodríguez Zapatero y Bergman trazarían una línea argumental tan arqueada y prometedora como ésta que es la esencia de la película de Ramón Salazar

Oti Rodríguez Marchante

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Ni entre Freud, Billy Wilder, Rodríguez Zapatero y Bergman trazarían una línea argumental tan arqueada y prometedora como ésta que es la esencia de la película de Ramón Salazar: una mujer joven fuerza una cita con su madre, que la abandonó treinta años atrás siendo ... una niña, y le pide (o le exige) pasar juntas y solas diez días en una casa alejada en el campo. Y la película hay que entenderla –o ir entendiéndola– ahí, en la presencia, en la ausencia, en el duelo de silencios y de diálogos, en las miradas y propósitos que van a construir ideas, actos y sentimientos que no tienen nada de habituales, pues casi toda la edificación se hace con materiales equidistantes entre el amor y el odio. Alrededor de la mitad del mundo ni somos ni hemos sido hijas ni madres, y sólo podemos imaginar ese territorio en el que las relaciones entre dos seres humanos adquieren una complejidad que no se da, al parecer, con igual intensidad y enmarañamiento en ningún otro lugar conocido. Es, pues, una historia, una película, cargada de cantidad de especias y hay que acostumbrarse al sabor que cada una va otorgándole a lo que vemos, y sentimos.

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