Crítica de Cuando dejes de quererme: Intriga en tres tiempos
Película que se asoma a varios géneros, pero que se ve bien reflejado solo en uno: el de la intriga gracias a un ramillete de preguntas que propone el argumento

Película que se asoma a varios géneros (incluso, que casi lo es, el género hispano argentino), pero que se ve bien reflejado solo en uno: el de la intriga gracias a un ramillete de preguntas que propone el argumento: ¿qué pasó?, ¿quién fue?, ¿por qué lo hizo?... Es un melodrama familiar con los ropajes de un «thriller» y ligeros toques de maquillaje de película romántica. La estructura narrativa es compleja, de tiempo revuelto: arranca con un «flashback» que se olvida hasta prácticamente al final, cuando la historia vuelve a su presente (alguien muere en Buenos Aires, en una cama de hospital, y una joven mira el sobre cerrado que le deja); el relato retrocede hasta que esa misma joven viaja a España, al País Vasco, al pueblo vizcaíno de Durango, donde se revelaran asuntos que pertenecen a otro pasado, otra familia, lo cual exige y facilita un nuevo «flashback» años sesenta, pasiones, traiciones, apuntes de una ETA naciente…
El director, Igor Legarreta, dosifica las intrigas para envolver al espectador en el suspense de unos hechos pasados y de unos amores raros, y en la investigación que se funde con cierto tono de comedia (gran actor Eduardo Blanco) y con una historia casi romántica entre el agente de seguros Miki Esparbé y la sorprendente Flor Torrente. Y también aprovecha Legarreta la atmósfera y el «skyline» de la zona, con el imponente monte Amboto para darle carácter a una historia tristona de unas gentes muy poco alegres. Le sobran muchos clichés de polis y de los vascos y las vascas, pero dónde no.
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