Crítica de 'Crímenes del futuro': La última locura de un cineasta genial

Ninguna sinopsis es capaz de encerrar en unas pocas líneas esta propuesta, pero aquí va un intento: Viggo Mortensen  es un artista de vanguardia –la palabra se queda corta–, que muestra al público su metamorfosis interior ayudado por su compañera, Léa Seydoux . A todo esto, les sigue la pista Kristen Stewart , misteriosa funcionaria del Registro Nacional de Órganos, mientras otros grupos aún más oscuros aspiran a una revolución mayor, que implica un nuevo salto en la evolución humana.

Lo que menos interesa en la película, aunque sea el germen del guion, son las posibles lecturas ecologistas, que supuestamente abocan a una humanidad acorralada por los plásticos a evolucionar en una dirección diabólica. Tampoco conviene detenerse demasiado en los artefactos que nos muestra la cinta. La cama con forma de útero suspendida en el aire –la OrchidBed, para los iniciados– es casi tan ridícula como la silla bamboleante en la que el protagonista intenta comer.

Pese a todo, son una continuación natural, es lo único natural de la película, de las tradicionales obsesiones del creador , de algún modo un precursor de los llamados 'wearables', objetos unidos a nuestro cuerpo de una forma casi orgánica. Cabe recordar aquí la forma de jugar de los protagonistas de la notable 'eXistenZ'.

A cambio, el director de 'La mosca', 'Inseparables' y 'Promesas del Este' demuestra que puede haber perdido agilidad, pero no su pegada. 'Crímenes del futuro' ofrece destellos de talento, reforzado por tres intérpretes de primer nivel. Mortensen, ya un asiduo a su cine, se ve perfectamente acompañado por Léa Seydoux y Kristen Stewart. Los tres componen escenas de un romanticismo desatado y sensual . La provocación erótica se ve complementada con otras estampas menos placenteras, en particular las relacionadas con un niño. En todo caso, Cronenberg no ha perdido el buen gusto, un mal cada vez más frecuente, y nunca traspasa una línea que está de moda pisotear. Él es la demostración viviente de que es mucho más potente sugerir que mostrar cualquier tipo de horror.

Muchos directores sacrificarían un ojo (quizá por eso hay tantos maestros del cine tuertos) por reunir en su filmografía tres o cuatro escenas capaces de compararse con algunas de las que se ven en esta película. ¿Es eso suficiente para recomendarla? No a cualquiera, desde luego, pero sí a los que siempre han sabido dejarse seducir por las indescriptibles ráfagas de placer, seguramente culpable y morboso, que caracterizan la obra de un autor distinto.