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Crítica de «La casa de Jack»: Confesiones de dos psicópatas

Lars Von Trier vuelve con una película que tiene como personaje central a un asesino en serie interpretado por un Matt Dillon orgulloso de su psicopatía

Matt Dillon protagoniza la última película de Lars Von Trier ABC
Oti Rodríguez Marchante

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Lars Von Trier es un director único, como tantos otros, y que llevaba ya varios años sin tocar bola, entre otras cosas, por su carácter endemoniado y su innumerable colección de taras que no se toma la molestia de disimular, como tampoco ha disimulado en su larga filmografía un talento descomunal y una capacidad de incordiar, sorprender, provocar, confundir e inventar como pocos directores han tenido. Desde «El elemento del crimen», a «Rompiendo las olas», «Bailar en la oscuridad», «Dogville», «Anticristo» o «Nymphomaniac», por citar a saltos sólo algunas piezas de una obra que no hay archivero en el mundo capaz de ordenar con lógica en una estantería, ni, por supuesto, cabeza sensata para contenerlas.

Vuelve con «La casa de Jack», que tiene como personaje central a un asesino en serie interpretado por un Matt Dillon orgulloso de su psicopatía y que le confiesa (la voz en «off» como trampolín del cinismo) a un personaje misterioso en qué consiste su arte maligno. Está estructurada en capítulos que coinciden con varios de sus asesinatos, mayormente a mujeres que desprecia. Es decir, vemos lo que nos cuenta Jack, y bien aliñado de un siniestro sentido del humor y con una enorme capacidad para dañar la mirada y los sentimientos del espectador. El arranque es de una fortaleza tremenda y cruel, con una Uma Thurman en un papel insólito y de gran pegada (conjúguese en pasivo), y su desarrollo, extenso, impúdico y en algunas zonas indigesto, tiene una brillante pero insana mezcla de diversión y escalofrío. Virtud absoluta en la puesta en escena, como en esa insoportable secuencia de caza de una mujer y sus dos hijos, y una vileza extrema en el contenido tóxico y profundamente banal, inservible y que no llega más allá de chistes de «carnicero», aunque lo envuelva en largos soliloquios de un anormal presuntuoso y narcisista, que en primera instancia sería su personaje, Jack, pero que suena a imagen espejo del propio director, Von Trier, afilándose las uñas ante su público. No hay una reflexión profunda sobre nada que no sea un disparate, pero el juego provocador, misógino, cruel y psicoanalítico del propio cine de este director, puede tener su atractivo para quienes escuchan música en el taladro de un dentista.

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