El director, Arnaud Desplechin , también autor del guion, tal vez tenga la pretensión de que entendamos a sus personajes, que nos sintamos cercanos a ellos, pero, francamente, parece todo lo contrario, los aleja, los desnutre de atractivo emocional y, lo más raro, ni siquiera les permite sincerarse con el espectador, contarle algo de ese gigantesco motivo por el que se odian tanto, lo cual deja un poso de indiferencia, un allá ellos y sus asuntos familiares.
Afortunadamente, Marion Cotillard es una actriz que sabe ponerle pasión y ojos humedecidos al drama arrebatado y que se crece en escenas de aflicción (aquí, prácticamente todas), lo que produce, al menos, sensación de que la cosa es muy grave. Y él, Melvil Poupaud , transmite bien la idea de tipo atormentado, imprevisible y algo sucio de forma y fondo. Lástima que todo ese sufrimiento se traslade de modo más bien insufrible, con cierta pedantería en diálogos y actitudes, con un empleo de la teatralidad que se atasca en la epidermis.
Arnaud Desplechin es un director que tiene su público, especialmente en festivales como el de Cannes, pero en esta, como en otras películas suyas, puede dejarte esa sensación de ¿y a mí, qué? El único personaje que levanta del suelo en ‘Asuntos familiares’ es el que interpreta Golshifteh Farahani , muy secundario y elemental, aunque es una actriz que aún llora más bonito que Cotillard.
Crítica de 'Asuntos familiares': Y en la familia se quedan
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