Crítica de «522. Un gato, un chino y mi padre»: En el camino
Gracias a Wim Wenders y otras luminarias de la segunda oleada (años 70, para situarnos) del cine de autor se puso de moda, un tipo de películas como esta
Gracias a Wim Wenders y otras luminarias de la segunda oleada (años 70, para situarnos) del cine de autor se puso de moda, en dicho «género» europeo pero también en el cine independiente USA que rueda «road movies» como se respira, un tipo de películas como esta.
Películas que describen un viaje pero que, en sus mejores instancias, se constituyen ellas mismas en un viaje: no sólo porque nos dan una vívida impresión de la especial condición mental del genuino viajero (ligero de equipaje, liberando lastre, disponible en todo el amplio sentido de la palabra…), sino porque son obras abiertas a lo que vayan encontrando por el camino (Wenders valoraba mucho eso que llamaba «trouvailles»). Serían películas que literalmente se encuentran a sí mismas sobre la marcha: como sus personajes, que viven una suerte de (re)educación sentimental o a veces ni siquiera eso. Y esa analogía entre su peripecia argumental y el propio proceso de rodaje es una de las proposiciones más intrigantes del cine de la modernidad, esa añorada reliquia que tiene ya más de medio siglo.
El cine español tiene más ejemplos ahora que entonces de este tipo de cine, y se encuentran sobre todo entre los cineastas de un cine digital que se hace fuera de la industria. Por eso el principal mérito de esta propuesta de Paco R. Baños –de estética más convencional, menos «cassavetiana» que esa d-generación– reside en los momentos en que evoca el tipo de dispositivo que he tratado de describir más arriba. En el debe: apoyarse de manera excesiva en el rostro de Natalia de Molina y, lo que es peor, en la psicología y posible explicación de los traumas pasados y presentes de su personaje.
Dirección : Paco R. Baños. Intérpretes : Natalia de Molina, Alberto Jo Lee, Miguel Borges...
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