Pasiones plásticas

Tal vez no sea una ventana por la que todo el mundo quiera mirar, pero ésta que abre el director Hirokazu Kore-eda ofrece unas vistas inmejorables al mejor cine japonés de la actualidad.

Quien viera alguno de sus anteriores títulos, como «Nadie sabe» o «Still walking», se precipitará prácticamente hacia el ventanal que ahora se abre con «Air doll», película imprevisible, inaudita y en absoluto berlanguiana sobre las vicisitudes de una muñeca hinchable a la que de repente el aire se le torna aliento y se convierte en la impar actriz coreana Bae Doo-na, de quien una descripción ajustada convertiría la próxima línea en una gelatina de frambuesa.

La perplejidad del espectador sólo es comparable a la perplejidad de la recién nacida, que nos irá descubriendo el mundo (nuestro mundo, aunque allí) por sus caminos menos transitados: la soledad y la fragilidad del plástico, la plasticidad de la carne, la vulnerabilidad de ambos, la herida por la que se escapa el aire (en una escena tan conmovedora como ansiosa de humor), la importancia de lo efímero y la poesía de lo ingenuo.

Sin ningún pie en lo real, Kore-eda construye una fábula, casi un embuste, sobre lo auténtico con una absoluta precisión (y belleza) de la imagen, de tal modo que, al contrario que a su muñeca, a la película no se le ve ni una sola costura, y avanza llena de aire, incluso algo sobrehinchada, hasta un terreno tan lírico, tan plásticamente sentimental, que uno mismo se sorprende cuando este encantador Prometeo muestra su fogata pasional. Puede ocurrir que al término de «Air doll» uno no sepa muy bien qué es lo que ha visto, pero sabrá perfectamente que es algo que no había percibido antes.