Celine Song, directora de 'Materialistas': «El capitalismo intenta devorarlo todo, incluso el amor»
Song desnuda en su nueva película cómo la precariedad y el mercado han colonizado hasta el lenguaje del amor, pero insiste en que este sentimiento siempre encuentra su camino
'Past lives': Déjese querer por una loca
Carmen Burné
La RAE define el amor como «un sentimiento intenso del ser humano que, partiendo de su propia insuficiencia, necesita y busca la unión con otro ser». En la ficción, inventar tramas románticas es casi inevitable, principalmente porque nosotros las buscamos desesperadamente en nuestra vida. Nietzsche ... decía que «el amor es un sufrimiento que debía ser intentado»; para Simone Weil, el amor «es el único principio de justicia del alma humana». Pero antes de ser amantes, somos seres pensantes: dudar, darle dos vueltas al asunto, hesitar sobre nuestras relaciones es más común de lo que a muchos les gustaría, y además de común, también tabú.
Celine Song lo sabe. La directora surcoreana-canadiense que conmovió al mundo con 'Vidas pasadas' ('Past Lives') regresa ahora con una comedia romántica que cuestiona este género desde dentro. «'Materialistas' es una comedia romántica, pero es una que debe existir en 2025», explica Song para ABC, sabiendo lo que conlleva presentar una película que se considera el «renacimiento de las comedias románticas» como antetítulo otorgado por el público. «Me encanta que el género permita hablar del amor, de relaciones, de matrimonio, de citas… en un espacio donde el público puede compartir esa experiencia durante dos horas». Song sonríe mientras lo dice. Para ella, el amor sigue siendo un misterio antiguo que no acabamos de entender, y a la vez, el tema más urgente del presente: «Cuando hago una comedia romántica siento que es una oportunidad increíble para hablar con un público que está obsesionado con el amor. Puedes usar ese tiempo para no decir nada… o para hablar de lo que significa ser un ser humano».
En 'Materialistas', Lucy (Dakota Johnson), la protagonista, es una versión moderna de ser celestina. Trabaja como 'matchmaker' (profesión que la propia Celine ejerció cuando era joven): una especie de asistente personal cuya tarea es encontrar a la pareja ideal para cada cliente que la contrate, pero todo se desvía cuando Harry (Pedro Pascal), un millonario que le ofrece un mundo de lujos y seguridad, se interesa por ella. La irrupción de su exnovio John (Chris Evans), un actor talentoso pero sin un centavo, le pilla también de total imprevisto. Con tan solo fijarse en el título, se revela la primera verdad incómoda que la directora trata en el filme: convertimos inconscientemente un sentimiento en un producto más en el mercado. Hoy hablamos de amor en términos de «inversión», «valor», o «adquisición»; palabras repetidas en la película por sus propios protagonistas en el intento de buscar a la pareja ideal: «El capitalismo intenta devorarlo todo, incluso el amor; hasta la forma en que nos vemos como seres humanos», dice Celine Song.
Si observamos esto con frialdad, descubrimos que son etiquetas que dividen a las personas entre valiosas o descartables, como si fuesen mercancía. «Gran parte de la película, para mí, trata de la cosificación y la mercantilización de los seres humanos, y eso siempre conduce a la deshumanización», dice Song. La palabra «mercancía», como tantas otras alusiones en la película, refleja para Song una realidad contemporánea: hemos dejado que el lenguaje económico se infiltre en nuestra intimidad. «Que nuestras relaciones se midan con la misma lógica que un bolso Birkin o un Ferrari», ejemplifica la directora.
El diagnóstico no sorprende, pero duele cuando se aplica al amor. En 'Materialistas', Lucy persigue el ideal de cada cliente con la precisión de un inventario: altura, peso, ingresos, edad. Su oficio la condena a mirar el amor como una mercancía que se cataloga, se mide y, al final, se entrega. «Muy a menudo escucho a la gente decir: 'Quiero sentirme valioso' (prosigue Song). Pero lo que eso significa es que no nos sentimos valiosos por nosotros mismos. Queremos conocer o salir con alguien que nos haga sentir valiosos. ¿Por qué hablamos de valor? Porque el capitalismo ha invadido incluso nuestra autoestima».
La soledad como epidemia silenciosa
Si volvemos a la definición de la RAE, vemos cómo buscamos el amor de forma desesperada, casi como arma contra la soledad. Song asiente rápido: «La soledad humana solo tiene una cura: el amor. Y cada vez es más difícil encontrarlo, porque la forma en la que el capitalismo nos invade hace que no nos gustemos mucho a nosotros mismos». Es el famoso «si no te quieres, no puedes querer a otro», una de las afirmaciones que más inquietud crean en quienes se sienten reflejados en ella. Song, sin embargo, no cree que esto sea solo cosa de uno mismo. En 'Materialistas' expone cómo los personajes parecen arrastrar una fatiga emocional que no es solo individual, sino estructural: «Estamos agotados por sistemas económicos rotos», reflexiona. «La gente pierde empleos, pierde su sustento. Leí que el 90% de la riqueza está en manos del 1%. El sistema está roto, y como resultado, todos buscamos un alivio financiero. Y una de las pocas formas de cambiar de clase social de no tener dinero a tenerlo es casarte con alguien más rico».
Hay algo dolorosamente reconocible en esa confesión, que además, se explora en la película de forma explícita: Lucy reconoce que gran parte de sus problemas con John son debido a que son pobres. Song lo formula con crudeza: «Mucha gente piensa: 'Quizá no puedo trabajar muy duro y tener un futuro hermoso, porque el sistema no me lo permite. Entonces tal vez entregue mi cuerpo, mi alma, todo, en un matrimonio, y me convierta en la pareja de alguien que pueda darme ese alivio financiero completo'». Frente a esto, querer casarse con un rico es un síntoma social. La precariedad económica, la desigualdad creciente y la sensación de que los sistemas tradicionales de movilidad están rotos han convertido al amor en un terreno donde se proyectan aspiraciones financieras. En una época en la que los salarios ya no garantizan estabilidad, el matrimonio se percibe, para algunos, como una forma de inversión a largo plazo: un contrato afectivo con beneficios materiales.
Lo inquietante es cómo este fenómeno modifica nuestra forma de desear. Elegir pareja deja de ser un acto emocional puro para convertirse en una estrategia de supervivencia. El lenguaje, de nuevo, lo delata: hablamos de «subir de nivel», de «merecer» o de «conformarse», como si el vínculo afectivo se midiera en cuotas de retorno. En este marco, las relaciones románticas empiezan a parecerse peligrosamente a transacciones, y el amor (esa fuerza que debería escapar de toda lógica económica) se vuelve un bien que se calcula, se compara y, en última instancia, se negocia. «Por todos los medios nos intentan convencer de que la riqueza es la única manera de vivir bien, pero no es así», dice Song: «Tener más dinero no significa que el amor sea más posible. Aún así, vivimos con esta sensación de que solo cuando eres rico mereces amor. Y si eso fuera cierto, la mayor parte del mundo no lo merecería».
Este es el paisaje afectivo de nuestro presente: relaciones que, bajo la presión de la desigualdad, se deslizan hacia la lógica de la transacción; vínculos que cargan con la ansiedad de «merecer» y con el miedo constante a no ser suficiente. Convertimos el amor en una especie de mercado emocional, y nosotros mismos en productos a exhibir, temerosos de no cumplir con los requisitos para ser elegidos. Esta mercantilización de los sentimientos no solo deforma el deseo, sino que también erosiona la confianza en la experiencia íntima: cuando todo se mide en términos de valor, la entrega genuina se vuelve un acto casi contracultural.
Sin embargo, Song se niega a rendirse ante esto. «El amor siempre vence, no importa cómo», dice. Su cine, incluso en su crudeza, está atravesado por una certeza luminosa: el amor siempre encontrará la manera de sobrevivir a los sistemas que intentan devorarlo. «Puede que el lenguaje económico colonice nuestras emociones, que la precariedad nos empuje a negociar afectos como si fueran contratos, pero el amor (imprevisible, indomable, imposible de cuantificar) persiste». Esa es la victoria silenciosa que late en 'Materialistas': mientras todo parece convertirse en mercancía, el amor sigue siendo el único territorio donde todavía es posible desobedecer al mercado.
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