Béla Tarr: «Las historias no importan; son todas las mismas desde el Antiguo Testamento»
El director húngaro, leyenda del cine europeo, presenta en la Filmoteca de Barcelona una retrospectiva coronada por 'Sátántangó'
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Iniciar sesiónA finales de los años setenta, cuando acaba de estrenarse con 'Nido vacío' y se preparaba para rodar su segunda película, 'El intruso', un joven y airado Béla Tarr (Pécs, Hungría, 1955) coincidió por primera y última vez con Jean Luc-Godard y aprovechó ... para hacerle al director francés la pregunta del millón. Lo que todo cineasta querría saber. ¿Cómo hacía el mago de la 'Nouvelle Vague' lo que hacía? ¿De dónde salía el duende de sus películas? «Él, sentado a mi lado, respondió que no lo sabía. 'Simplemente viene', me dijo», evoca el director húngaro, leyenda del cine europeo, prestidigitador del blanco y negro, y gran estilista del plano secuencia parsimonioso.
Ahora, cinco décadas después de aquel providencial encuentro, es él, bastón en mano y rostro mucho más envejecido de lo que cabría esperar, quien se ajusta el traje de maestro para responder a la manera de Godard. ¿El interminable plano inicial de ocho minutos y las más de siete horas de metraje de 'Sátántangó'? ¿La hipnótica extrañeza de 'El caballo de Turín'? ¿La alianza de largo recorrido con el novelista László Krasznahorkai? A saber. «No lo sé. Esa es también mi respuesta. Es un sentimiento, tienes que sentir el ritmo», relativiza Tarr, de paso por Barcelona para presentar una retrospectiva que le dedica la Filmoteca de Cataluña y el cine Zumzeig. En el programa, proyecciones de 'Armonías de Werckmeister', 'Gente prefabricada', 'El caballo de Turín', Almanaque de otoño', 'El hombre de Londres', 'Nido familiar, 'The Outsider' y 'La Condena'. Poética visual, perfeccionismo y el apocalipsis nuestro de cada día. Belleza arrebatada, miserias humanas y paisajes desolados. Cine de autor en su versión más radical y celebrada.
«A medida que haces películas surgen nuevas preguntas, y las respuestas que tenías ya no te sirven. Así es como avanzas y vas construyendo el estilo, el idioma. Cuando envejeces entiendes un poco mejor la vida y el mundo, así que al principio creía que la maldad era un tema social, más tarde me di cuenta de que era ontológico y ahora he entendido que es algo cósmico», resume Tarr a cuenta de una filmografía coronada por 'Sátántangó', coloso cinematográfico de 1994 que se podrá ver en la Filmoteca en todo su esplendor. Esto es, del tirón y en una maratoniana sesión que arrancará el domingo, 14, a las cuatro de la tarde y acabará, bien entrada la noche, 439 minutos y 156 planos después. Demoledor y fascinante, que dejó dicho Susan Sontag.
La sublimación de una manera de entender el cine que, según Tarr, se resume más o menos así. «Tienes una situación, no una historia. Digamos que un cierto esqueleto. Un plano. Y entonces llega el casting. Siempre es diferente, porque el ser humano es diferente. Es imposible encontrar el casting perfecto, así que tienes gente. Personas que tienen que tener una fuerte personalidad. Luego la localización: me siento en el espacio e intento descubrir qué puede ocurrir». La historia, insiste, es lo de menos. Porque lo importante es el tiempo. Y el espacio. «La mayoría de las películas ignoran el tiempo y usan el espacio sólo para ir de un sitio a otro, pero ahí es donde sucede nuestras vidas», sentencia.
Sensibilidad social
En cartel hasta el próximo 31 de enero, el ciclo dedicado a Tarr permite redescubrir a un autor que empezó a trastear con el cine amateur a los 16 años y acabó convertido en favorito de festivales como Locarno o la Berlinale. «Empecé a hacer películas cuando era muy joven, con 22 años. En aquel momento, tenía sensibilidad social y estaba lleno de ira. No sabía nada sobre cine, pero sí que sabía que el mundo era un lugar horrible para el ser humano, y esa fue mi motivación», explica el director húngaro, poco dado a ensimismarse en la revisión de su propia obra. «Es como si le preguntas a un padre qué piensa sobre sus hijos. Incluso si el primero tiene la cabeza grande y el segundo una gran nariz, son tuyos», apunta.
«No diría que soy un director político, pero sí que tengo sensibilidad social. Me duele cuando veo que la dignidad de alguien pisoteada»
«Si has sido honesto, no te puedes arrepentir de nada», insiste un cineasta que lleva sin rodar un largometraje desde 2011, año en que estrenó 'El caballo de Turín'. Oficialmente, asegura, ha dejado de hacer películas. «No voy a hacer más largometrajes, porque para mí esta forma de expresión realmente ya no es suficiente», asegura. Extraoficialmente, sin embargo, anda embarcado en la búsqueda de la 'gesamtkunstwerk', la obra de arte total. «Desde que anuncié que lo dejaba, he hecho una gran exposición en Amsterdam, otra en Viena… Parte cine, parte teatro, parte exposición, parte música en directo. Quieres ver y mostrar la complejidad de la vida, no sólo las historias», detalla.
Porque, ya se sabe, para Tarr todo ha tenido siempre que ver con el tiempo y el espacio, no con los guiones, las tramas o la acción. «¿A quién le importan las historias? A mí seguro que no. Todas las historias son las mismas desde el Antiguo Testamento. Todo lo que el hombre puede hacer está ahí: el Holocausto, la brutalidad... Así que lo que me interesa es el cómo. He dejado de hacer películas, pero sigo teniendo cosas que decir. Eso sí, no preguntes el qué», abunda.
Comparado en sus inicios con Tarkovski, Tarr aprovecha también su paso por Barcelona para subrayar una diferencia notable, una «diferencia filosófica», en su manera de entender el arte y, por extensión, la vida. «Tarkovski era religioso, creía en Dios, así que para él la lluvia limpiaba el alma de las personas. Para mí, en cambio, la lluvia es solo barro. Problemas», asegura. El mismo pragmatismo desencantado aflora cuando se le pregunta sobre el amor y la justicia poniendo como ejemplo a Antonio Gramsci o Aleksandra Kolontái. «Es todo mucho más práctico. Te tienes que levantar a las tres de las madrugada para estar en el set de rodaje a las cuatro y media. Es noviembre, te estás congelado y todo el mundo está jodido. No sabes dónde estás los actores... Todo el mundo odia las mañanas, y tú has de convencerlos a todos. Así que nunca pienso en Gramsci a las cuatro de la mañana», dice.
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Crecido en la Hungría comunista y entregado a capturar con su cámara la desesperación existencial de la humanidad, Tarr fundó en 2013 una escuela de cine en Sarajevo y rodó en 2017 'Muhamed', un cortometraje en el que convertía en imágenes su enfado por la manera que tiene Europa en general y Hungría en particular de tratar a los refugiados. «No diría que soy un director político, pero sí que tengo sensibilidad social. Me duele cuando veo que la dignidad de alguien pisoteada o cuando una panda de bastardos le roban el futuro y la vida a la gente», razona Tarr, galardonado el año pasado con el premio honorífico la Academia de Cine Europeo por, entre otras cosas, «su fuerte voz política».
«A veces reacciono, sí; otras no creo que sea necesario. Es mi trabajo, y no creo que pueda cambiar el mundo, porque es la gente quien tiene que hacerlo. Eres político cuando sientes que algo va realmente mal, no sólo si eres de derechas o de izquierdas. Y, por supuesto, odio el fascismo», abunda.
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SuscribetePeriodista cultural: música y libros. En ABC desde 1998. Colaborador habitual de Rockdelux y otras publicaciones especializadas.
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