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Un Spielberg chino

Un Spielberg chino

Esta tromba cinematográfica ganó el último Festival de San Sebastián y, a pesar de sus pesares, no sorprendió a nadie, pues es una monumental historia de guerra y horrores situada en 1937, cuando las tropas japonesas toman Nanjing y someten a la población civil a una terrible escabechina y a un sórdido catálogo de torturas y vejaciones tan extremas que serían irreproducibles visualmente sin caer en lo que el cine (de ficción) convierte en exceso, desproporción y sectarismo. Es tan extremadamente cruel el ejército japonés, y son tan despiadados y psicópatas sus oficiales y soldados, que abren el viejo dilema de la más turbia realidad y su mejor representación.

«Ciudad de vida y muerte» es monumental por su tamaño (más de dos horas), pero también por su profundidad: el retrato en blanco y negro durante la toma de la ciudad es la más grande expresión del espectáculo de lo bélico nunca vista, a la altura, o un palmo arriba de lo mostrado por Spielberg, Stone, Coppola o Ridley Scott. Es el plano general de la guerra, el ruido, la metralla, la carne, el miedo..., sin mayores reflexiones ni acercamientos: es Normandía.

Pero Lu Chuan baja a la arena para implicar al espectador emocionalmente con aquel horror, y usa uno de los pocos caminos posibles: lo particular se sobrepone a lo general, y los personajes a la tragedia. Dramatiza mediante varios hilos argumentales el espanto vividos allí, padres, hijos, mujeres, niños, y mediante recursos obviamente melodramáticos los arrima a los ojos del espectador, con lo que, inevitablemente, éste puede apreciar las costuras de estos personajes; y llega la parte más «vista», esa en la que a lo real le cuesta ser verosímil.

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