Rodrigo Cortés

Sean Connery, el hombre que reinó varias veces

Se ha pasado cuatro décadas teniendo cuarenta años, de los treinta a los setenta, más o menos, con el reloj parado. O haciéndolo avanzar más despacio que el resto. O simplemente mejor

Muere Sean Connery a los 90 años

Michael Caine y Sean Connery en «El hombre que pudo reinar»

Rodrigo Cortés

Sean Connery es, quizá, el actor que más juventudes ha tenido, maduro siempre. El de vigencia más improbable. No todos pueden trabajar con Hitchcock entre James Bond y James Bond ni sobrevivir a un personaje que detendría o desviaría la carrera de ... cualquiera. Se ha pasado cuatro décadas teniendo cuarenta años, de los treinta a los setenta, más o menos, con el reloj parado. O haciéndolo avanzar más despacio que el resto. O simplemente mejor.

Quizá para alcanzar el verdor eterno ayude envejecer antes de tiempo. Cuajar, digo. Perder el pelo pronto, renunciar cuanto antes al postizo; parar, sólo entonces, de contar. Dejar que la flema haga el resto, el gesto impecable, la mirada sardónica, el alzamiento de cejas . Y ese rehilamiento de las eses que nos perdimos con el doblaje, pero que convertía en edicto cualquier silbante y llenaba de aplomo y ciencia cualquier declaración banal.

Hay quien nace con un whisky en la mano y un palo de golf en la otra, y un bikini blanco enfrente, abandonado de cualquier manera sobre el reposabrazos del sillón. Y hay quien no. No hay muchos que puedan habitar los sueños de tres generaciones de mujeres al tiempo. Tampoco hay muchos que puedan sobrevivir a los pañales de Zardoz .

Hay más hombres tentadores de sesenta, eruditos o virtuosos o fascinantes o distinguidos, pero hay algo de injusto en que Connery colara hasta el final como héroe de acción. Fue soldado gastado de Kipling, Robin Hood crepuscular, ladrón intachable , mente maestra. Fue intocable. Fue científico en la selva, capitán soviético, detective monje, rey Arturo, agente de Su Majestad. Fue padre de héroes, caballero extraordinario, archivillano, león del desierto, voz de dragón. Fue inmortal .

Cuando sólo puede quedar uno, cuántas veces queda el que sobra. Sean Connery se muere . Su bigote no . Noventa años después, seis decenas de títulos más tarde, dice «nunca jamás» por vez primera, con la sonrisa pequeña del que sabe que, con el mismo bolígrafo trucado, podrá, si así lo decide, firmar autógrafos, lanzar cohetes, grabar la conversación del malo y quedar con tu mujer a la vez.

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