El Plan Marta, la odisea de las 700 novias españolas en Australia
En los sesenta, ambos gobiernos crearon un programa para emparejar a los inmigrantes del país oceánico con las mujeres de la Península. Lo llamaron ‘El avión de las novias’, una historia que ahora se cuenta en un documental
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Iniciar sesiónNo tiene nada que ver con la Operación Trueno de James Bond, pero también tuvo un nombre de película y mucho secretismo. La Operación Marta , auspiciada por el Gobierno de Franco y la Iglesia católica, colocó a 700 mujeres españolas en Australia en ... los sesenta con una misión muy especial. Las embarcó en varios aviones durante tres años, con el fin de emparejarlas con los hombres que trabajaban allí en la caña de azúcar. En Australia anunciaron su llegada en ‘el avión de las novias’ y las recibieron con estruendo; en España, la expedición empezó como algo casi clandestino, un programa migratorio ideado para evitar la repatriación de esos solitarios españoles, mano de obra barata que garantizaba divisas en el país de los canguros.
«Cuando bajaron del avión, con sus tacones, todas estupendas después de tres días de viaje, las esperaba un grupo de hombres agarrados a unas verjas del aeropuerto: eran los españoles que trabajaban allí, que vinieron de toda Australia y se gastaron lo poco que tenían para verlas. Como un mercado. Ellas no se enteraban de nada», explica Natalia Ortiz , del departamento de estudios españoles y latinoamericanos de la Universidad New South Wales, responsable de una investigación que ahora centra el documental ‘El avión de las novias’, que se estrena mañana en La 2 (21.00 h.).
Para las mujeres que se acogieron al plan, conocidas como las Martas aunque se llamaran Maite, Leontina o Josefina , el viaje era la oportunidad de sus vidas. La travesía de las primeras veces. A mitad de camino ya se preguntaban por qué no aterrizaban, confundidas porque ni siquiera sabían colocar Australia en un mapa.
La distancia exacta que separa España de Australia es de 15.744 kilómetros, pero para las 700 mujeres que participaron en el Plan Marta el abismo entre los dos mundos fue todavía mayor. Unas pasaron hambre; otras se molestaron cuando les dieron un bocadillo de maíz, comida para gallinas en sus aldeas. Cuando la familia australiana que acogía a una de ellas le pidió que abriera una olla a presión, la joven lo hizo con un martillo. Lo peor era cuando no remontaban, cuando la depresión obligaba a deportarlas. A las dificultades para adaptarse se sumaron el desconocimiento del idioma y las diferentes costumbres del pueblo oceánico, que recibía al inmigrante con reticencias. «Eran muy conservadores y racistas», explica Ortiz, que codirige el documental junto a Javier Castro. «La inmigración debía ser blanca, y nosotros allí somos de piel aceitunada», aclara.
Para convertirse en una Marta bastaba estar en edad casadera, «saber ordeñar y ser capaces de escuchar el tic tac de un reloj», tal y como reflejan los documentos de las solicitudes de visado. Superar esas pueblas garantizaba su buena adaptación en un país que alguna confundía con Austria. «Las pruebas médicas consistieron en poner en fila, delante de un hombre, a las mujeres desnudas. Devotas de aldeas católicas. Lo único que querían ver es que no iban embarazadas. No lo estaban, ya habían dejado atrás a los hijos», explica Ortiz.
El hijo secreto
Así sucedió con Pablo Grover , que a los tres años viajó en uno de los últimos aviones del Plan Marta. Su madre, Carmen Álvarez , se había mudado a Australia un año antes. Soltera y católica, el aborto no era una opción, pero tampoco anunciar el embarazo. Lo mantuvo en secreto hasta que dio a luz y, mientras resolvía la situación, dejó al pequeño Pablo en un convento en Barcelona. A más de quince mil kilómetros de distancia, esta madre asturiana movió los hilos necesarios para embarcar a su hijo en el avión y reunirse con él en un lugar donde nadie los juzgara. «Mi madre sacrificó la familia, la casa, el trabajo… todo para venir a Australia y encontrar una nueva vida conmigo», reconoce Grover, que se quedó en el país, donde formó su propia familia. Su madre nunca dejó de extrañar a la suya: «Escribía cartas cada tres días a su madre y hermanas, porque el correo tardaba en llegar semanas. En los ochenta, llamaba todos los días a España. Recuerdo a mi padre decirle: ‘Para con el teléfono, que está costando mucho dinero’», recuerda Grover, que empezó a reunir las piezas de su biografía a los diez años, durante su primer viaje al país materno, cuando el marido australiano de Álvarez le contó que en realidad era su padre adoptivo. El resto del puzle lo completó gracias a la investigación de Natalia Ortiz, por quien supo más detalles de su primer vuelo.
El 4 diciembre de 1963, una monja preguntó si alguien quería hacerse cargo de un niño durante el viaje. Como nadie contestaba, una Marta se ofreció, Ana María Godino. «La monja me hizo una recomendación: «‘Ten cuidado que cuando se enfada se quita las gafas y las tira’. Pero el niño era una monada», cuenta. «Me encantaría volver a abrazar a Pablo porque sigo considerándolo mi niño», reconoce Godino, que sigue en contacto con Grover. Ella pisó por primera vez Australia con 22 años. «Me casé por poderes y fui a reunirme con mi marido a través de las Martas. En el avión todas eran jóvenes que se iban a casar o ya lo estaban», cuenta la octogenaria madrileña. Once años después de aterrizar y cuando se sentía por fin australiana, «un chantaje emocional» por parte de la familia de su marido la trajo de vuelta a España. «A mi suegro le dieron unos meses de vida. Luego vivió cinco años, pero cuando decíamos de volver, se metía a la cama a llorar, no quería que nos fuéramos», asegura. Tras la muerte de su marido retomó su sueño y volvió a Australia seis veces en diez años. «Estoy enamorada del país, no lo puedo remediar», confiesa.
Saber ordeñar una vaca y escuchar el tic tac de un reloj garantizaba el billete a Australia
La soledad y la nostalgia fueron escollos insalvables para muchas mujeres, aisladas en un país de grandes distancias. Para ellas, Australia era un cementerio. Hasta que surgió El Club Español, un lugar de reencuentro en el que los inmigrantes españoles cultivaban su vida social más allá de las misas. María José Ugarte fue socia fundadora del centro, un oasis en el que olvidar las dificultades y sentirse en casa. Había bailes, teatros y se hacían paellas y cocidos. «Era una cosa muy bonita, con fiestas», reconoce esta mujer, que viajó en 1961, con 20 años. «Empecé trabajando en casas como ayudante de madre, una forma suave de decir criada. Por desgracia para la pobre señora a la que le toqué, no era muy ama de casa porque venía de una familia en la que mi madre y mi hermana lo hacían todo», bromea.
Ugarte no lo tuvo tan difícil como otras, aunque reconoce la brusquedad de sus primeros pasos en otro continente. «Te decían que por qué no te volvías a tu país, por qué no hablabas cristiano», cuenta. Su idea era emprender una aventura y ganar en independencia, algo impensable en su pueblo de Cantabria. En la tierra prometida podía casarse con su novio, ese que la llevaba en moto y que no le gustaba su madre porque «no era lo suficientemente rico». Pero no cortó del todo el cordón umbilical: allí estaba su hermano Valentín, que había ido a trabajar en las cañas de azúcar. 61 años después, continúa en Australia.
La llegada de tres monjas misioneras ayudó a las mujeres a poner orden. En España también empezaron a tomar conciencia de la necesidad de informar mejor a las viajeras para suavizar el choque. «Las preparaban en un convento de Madrid. Allí se les daba inglés en una semana y les enseñaban los electrodomésticos», explica la directora de ‘El avión de las novias’, que pone énfasis en que, de todos modos, la intención era «llevar a mujeres solteras, católicas y devotas, con educación limitada. Así se hacían menos preguntas, se cuestionaban menos».
La ofensa final
Aunque el programa evolucionó desde que 23 mujeres emprendieron el primer viaje a Australia, el Plan Marta terminó cancelándose. La repatriación de muchas mujeres, las quejas constantes y una viñeta en un diario local dieron la puntilla a una operación que para unas fue un castigo y para otras una bendición. «Publicaron una ilustración donde había unas mujeres medio desnudas en unos viñedos y unos hombres representados como mitad minotauros. Y dos hombres en traje, que decían: ‘Españoles, supongo’. Fue un escándalo, el cónsul viajó hasta Queensland para defender el buen nombre de las españolas», explica Natalia Ortiz. Fue el portazo definitivo del Plan Marta, que se canceló cuando había «cientos de mujeres» pidiendo inscribirse. «Al final, estas mujeres acababan trabajando, mandando dinero a casa, casadas con hombres con coche, que en España era un lujo. Felices o infelices, todas terminaban prosperando», concluye la directora de ‘El avión de las novias’.
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