Nicolas Cage se tira en plancha en la versión de Herzog de «Bad lieutenant»
Aún rechinan en la memoria algunas de las sórdidas y escabrosas escenas de «El teniente corrupto», una de las películas mas enfermas de Abel Ferrara, que es como decir el cineasta de la enfermedad, y su protagonista, Harvey Keitel, era allí un cubalibre cargadito de miedo y asco.
Pues, hoy, Werner Herzog, la alegría de la huerta, presentaba en la competición su «remake» de aquella película, «Bad lieutenant: Port of call New Orleans» , y en ella, para el papel estelar, el actor Nicolas Cage, que se pirra por una cuesta abajo y un patín.
Se necesitan unas dotes descriptivas mucho mayores que las que uno posee para dejar aquí dicho el proceso degenerativo de la interpretación de Nicolas Cage y el sofrito de muecas , aspavientos y tics que va incorporando al teniente McDonagh, un cocainómano compulsivo y un tipo con los mismos principios morales y aspirales que un oso hormiguero.
El público aplaudió al final de la proyección de la película, entre otras cosas porque si llega a durar un poco más a Nicolas Cage se le caen en plano al menos dos o tres dientes. No ganará tal vez el premio de interpretación, pero se merece, sin duda, un collarín y una visita gratis al dentista.
Werner Herzog no llega, como es lógico, a la negrura de Ferrara, que él mismo es un rincón allá al fondo; pero deja, en cambio, una película muy movida, muy argumentada, aunque curiosamente no tenga el menor interés toda la investigación policial que se trae entre fauces el teniente corrupto. Uno sigue la película como un partido de tenis, y el protagonista es la pelota. Ni siquiera ese prodigio de la naturaleza llamado Eva Mendes es capaz de robarle un plano a Nicolas Cage, y cada vez que la cámara se quiere poner interesante con ella, pues llega este hombre y se interpone.
En fin, creo que lo que peor le podía pasar a Herzog es que le pille por la espalda Abel Ferrara, que también viene a la Mostra con otra película.
Los milagros de «Lourdes»
La mejor película de la jornada, y costaba mucho darse cuenta de ello, ha sido la francesa «Lourdes», de Jessica Hausner, que cuenta, así, aunque suene raro, una excursión de peregrinos y penitentes durante varios días a Lourdes. La historia se centra en una de ellos, una joven en una silla de ruedas y paralizada por completo por una esclerosis múltiple, o sea, que enseguida se da uno cuenta de que si lo que pretende es divertirse, pues ése no es el lugar. Con un poquito de aquí y otro poquito de allá, pero sin apenas apretar el pedal de la emoción, «Lourdes» se planta en el esperado «momento milagro», que no produce nada de nada, ni extrañeza, ni fervor, ni incredulidad, ni sentimiento alguno, lo cual tiene un mérito cinematográfico enorme: esa distensión en los supuestos clímax sólo está al alcance de los grandes cineastas.
La interpretación de Sylvie Testud, como se pueden suponer, está justo en los antípodas de la de Nicolas Cage
Y la jornada competitiva se ha cerrado (en realidad se había abierto, y a las 8.30 de la mañana) con una película china, «El príncipe de las lágrimas», de Yonfan, que aborda un capítulo negro de la historia de Taiwán, cuando a principios de los años cincuenta un obsesivo afan de perseguir comunistas llevo al encarcelamiento y ejecución de miles de ciudadanos. Y Yonfan trata el asunto centrandose en una familia y especialmente en la visión que de todo aquello tuvieron los nilños. Es tan espectacular como pesada, y tan melodramática como liosa.
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