Marlene y sus canciones se pasean por El Retiro
Ahora se conmemora el centenario del nacimiento de Marlene Dietrich, esa mujer que, de haberla encontrado uno dentro de cualquier ascensor, lo mejor que habría podido hacer es salir de «estampía» trepando por los cables; pienso que sería mejor mancharse las manos con la grasa ... del cable que perder el amenazado corazón.
Hace ya muchos años, en una de aquellas primaveras musicales que ofrecían en competencia «Pavillón», de Ricardo García «el Gasolina», y «Florida Park», de Kurt Dogan, repartiéndose las grandes atracciones internacionales que hacían felices y divertidas las noches madrileñas, en una de aquellas veladas, digo, «Pavillón» presentó a Marlene Dietrich, con la sala a reventar, de bote en bote, y «el todo Madrid» repartido por sus mesas, algunos de ellos de gratis, aunque para eso Ricardo era muy mirado.
«El Gasolina» se pasaría años y años hablando de aquella actuación, que dejó medio vacío el «Florida» para escarnio de su competidor Dogan, aquel frío húngaro que apareció por Madrid huyendo de la guerra y refugiándose con su violín en la parrilla del Rex. No debemos olvidar a aquellos músicos exiliados como él; me refiero a Walter, en «La galera» de Villalar, o Bernard Hilda, en «El rendez-vous» del Hilton, que a través de sus suaves melodías hicieron las delicias de las madrileñas de la época, que, afortunadamente, no tenían nada que ver con estas otras de ahora que aparecen con la litrona a cuestas y hasta «se lo hacen» en plena calle.
Ricardo García invitó a mi buen padre a presenciar la actuación de Marlene para ponerlo en buena disposición para dialogar sobre la posible presentación de la Montiel (en aquellos ya lejanos días, reina indiscutible del cine hablado y cantado en español), como la atracción más sonada de su temporada.
José Cera «el Papi», «maître» de «Pavillon», nos instaló en mesa destacada (recordaré que entonces entre los «maîtres» más cotizados en Madrid, además de él, se puede citar a Manolo Palomero en «Riscal» y Mobellán en «Valentín»).
Marlene se sacó de la manga, mejor dicho de su garganta, su repertorio más conocido: «Lili Marlene», su canción en la guerra; «I´m naughty, Little Lola», popular por «El ángel azul»; «La vie en rose», la gran creación de Edith Piaf, con quien asombró en una foto al mundo de la época besándose en la boca...
Marlene, mujer misteriosa, parece ser que caminaba, sexualmente, por las dos aceras de la calle; aunque por las circunstancias que siempre la rodearon -como fue su patético aislamiento al final de su vida, en su apartamento parisino de la Avenue Montaigne, para que nadie pudiera ver su rostro envejecido- Marlene, digo yo, siempre debió estar enamorada sólo de Marlene, igual que en la mayoría de sus interpretaciones, la Dietrich siempre estaba en Marlene, haciendo de ella misma, y, al mismo tiempo, sabiendo dentro de su más íntimo fuero que al captarla la cámara con un primerísimo plano de su cara, o bien haciéndola lucir sus imagables piernas -aseguradas en mucho dinero de su tiempo-, sus admiradores y admiradoras se derretirían contemplándola.
Oficialmente, Marlene Dietrich nació en Berlín el 27 de diciembre de 1901. Pero los datos biográficos y publicitarios citan vagamente su verdadero año de nacimiento; muchos afirman que pudiera estar entre 1898 y 1904; sin embargo, ella se llevó la verdad al otro mundo; a lo mejor, ¿junto a Mr. Jordan?, aunque eso lo dudo bastante.
Mi amigo Maximilian Schell, que había rodado con ella «¿Vencedores o vencidos?», con la constancia que siempre le ha identificado -tanto es así que cuando rodaba los últimos planos de «Al este de Java» en los estudios madrileños de Samuel Bronston, no cesó hasta conseguir que llevara a Pancho Puskas a arbitrar un partido de fútbol para celebrar el fin de rodaje en el campo de Vallehermoso-. Pues bien, Max convenció a Marlene, a través del teléfono -la actriz ya no se dejaba visitar-, para que se oyera sólo su voz en un escalofriante documental que tituló «Marlene», que pude visionar creo que en algún Festival europeo.
Mujer fría como el mismo hielo, que se jactaba de olvidarse pronto hasta de los nombres de los amantes del ayer. No fue nunca una actriz de mi predilección aunque debo reconocer que sus trabajos en «Ángel» de Lubitsch; «Encubridora» de Fritz Lang; «Testigo de cargo», de Wilder; «Sed de mal», de Orson Welles y «¿Vencedores o vencidos?», de Kramer, son sus interpretaciones más relevantes; aunque, sigo insistiendo. Marlene Dietricht siempre hacía de Marlene o de mujer muy parecida, ¡vamos como para echarse a temblar! No olvidemos que, como decía en una de sus canciones, en todo momento, ella presumía de ser la crema de un buen café.
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